-Je
sens de temps en temps des douleurs de tête -responde Argán,
explicando que de vez en cuando tiene dolor de cabeza.
-Justement,
le poumon -concluye el supuesto médico, que no es sino la propia
criada del asustado paciente, asegurando que su enfermedad se
encuentra en el pulmón.
La
gente se descojona. La obra es sin duda muy divertida. Trata de un
tipo hipocondríaco que, aunque ya con una edad avanzada, estando
sano como un roble cree sin embargo padecer todo tipo de enfermedades
graves. Las ocurrencias que al pobre Argán, el protagonista, le
surgen, resultan magistralmente graciosas a pesar de reflejar un
trastorno nada agradable. Además, detrás de cada satírico diálogo
se esconden duras críticas a la pedantería de los que se hacen
llamar sabios solo por haber estudiado una carrera. Titulitis
se empieza a decir por aquí. Como en todos sus otros trabajos,
Jean-Baptiste Poquelin consigue en El Enfermo Imaginario un
resultado asombroso.
Es
todo un privilegio encontrarme esta noche, 17 de febrero del año
1673, en uno de los teatros del Palacio Real de París, disfrutando
de la cuarta representación de esta obra de uno de los mejores
dramaturgos de la Historia. Molière. Me parto el culo con este tío.
Portrait Of Molière. 1730. Charles-Antoine Coypel. Théâtre Français. París |
Durante
el tercer acto, el autor de la obra, quien también protagoniza la
misma en el papel de ese simpático enfermo que realmente está muy
sano, interpreta cada escena con inquietante habilidad. Molière
deambula por el escenario con pasos trastabillantes, mostrando una
preocupante dificultad a la hora de recitar sus frases. Entre toses
de alarmante bronquedad, el cómico llega incluso a escupir sangre
sobre el tablado de madera.
-Joder,
vaya efectos especiales -susurra el hombre sentado en la butaca de mi
derecha.
Molière,
al contrario que el personaje al que ahora da vida, sí se encuentra
muy enfermo. Desde hace ya varios años, la tuberculosis ha intentado
apartarle de su trabajo, pero él ha logrado ir venciendo la batalla
continuando con sus obras, tan impactantes algunas de ellas que
fueron temporalmente prohibidas. Jamás ha renegado de su profesión,
considerada inmoral por parte de la sociedad de esta época.
A
pesar de su lamentable estado de salud, Molière continúa con la
representación llegando ya a la decimocuarta escena del tercer acto.
Con el intermedio tercero, un jolgorio estalla en el escenario cuando
entre cantos y danzas de todo tipo, se muestra la irónica ceremonia
mediante la que el anonadado Argán es nombrado médico. La gente da
palmas, ríe a carcajadas, pero el actor protagonista no puede
impedir llevarse la mano al pecho, colándola entre los botones de su
bata de color amarillo. Sus compañeros de escena perciben que su
director se encuentra indispuesto, y quizá por ello esta noche el
telón baja más rápido de lo previsto, dando por finalizada esta
obra que recibe una gran ovación por parte de un público incapaz de
distinguir que los gestos del enfermo no forman parte del teatro,
sino que responden a un dolor real. Entre aplausos, Molière cae al
suelo desmayado.
Me
adelanto y salgo a la calle antes de que todo el mundo se levante.
Alcanzo a distinguir cómo entre varios actores llevan en volandas al
dramaturgo, con dirección a su casa, pues vive cerca de aquí.
Molière solicita entre jadeos la presencia de algún clérigo, a
sabiendas de que no le concederán tal deseo. Dos sacerdotes niegan
con su cabeza, mirando incluso con repulsa a una joven actriz que les
suplica que hablen con su director en sus últimos momentos, mientras
las lágrimas de sus ojos emborronan su extravagante maquillaje.
Desde 1654, la ley promulgada en el denominado Ritual de París
impide que se brinde asistencia religiosa a los brujos, a los
usureros, a las rameras y, equiparando el hacer reír al conjurar,
robar o prostituirse, también se le niega a los cómicos. Molière
tose incapaz de coger aire, sabiendo que cuando la muerte le venza,
las leyes dictarán que su cuerpo sea enterrado en una zanja junto al
más descuidado camino de las afueras de París.
Palacio Real. París |
Afortunadamente, Molière fue enterrado en suelo sagrado, aunque en la zona reservada para los niños fallecidos no bautizados, por intervención de uno de sus más fieles seguidores, el rey de Francia Luis XIV. Actualmente sus restos se encuentran en el camposanto de Père-Lachaise. En este enlace puede leerse su última obra en su idioma original.
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