William
Barret Travis, antiguo abogado estadounidense, y ahora teniente
coronel del revolucionario ejército texano, se incorpora tras
terminar de escribir apresuradamente una nota en un manchado trozo de
papel, entregándoselo después a uno de los dos soldados que ya se
encuentran montados a caballo, para no perder ni un segundo.
-A
prisa. Entregádsela al alcalde de Gonzales. Necesito que recorráis
estas 70 millas tan rápido como podáis. Es de vital importancia
-ordena el joven teniente coronel, de apenas 27 años-. John, James.
Buena suerte.
Ambos
jinetes, habituales en las tareas de exploración y mensajería,
asienten con sus cabezas, antes de espolear a sus caballos para
partir velozmente.
Las
puertas de la fortaleza de El Álamo son cerradas y aseguradas, pues,
al menos por ahora, nadie necesitará que se vuelvan a abrir. El
retumbar de los cascos de los caballos de John W. Smith, llamado por
algunos Red por su pelo rojizo, y de James Sutherland, se aleja hasta
perderse. El Álamo se queda en silencio por unos instantes, hasta
que las gritadas órdenes de los capitanes, y el jaleo de los
preparativos comienzan a inundar los patios. La nota que los
exploradores llevan resume la situación que estamos viviendo en este
fuerte de Coahuila y Texas, estado mexicano. Necesitamos hombres y
provisiones. Enviadlas urgentemente. El enemigo ya está a la vista.
Somos ciento cincuenta hombres en El Álamo, y estamos dispuestos a
defenderlo hasta el final. William Travis da órdenes
estableciendo el plan de defensa. Yo, por mi parte, subo por los
peldaños de madera hacia una de las no muy altas murallas, y observo
en la lejanía la sombra de más de dos mil soldados mexicanos,
acercándose lentamente. Rezo para que esa nota llegue a su destino.
Fortaleza de El Álamo. Texas. Estados Unidos |
A
principios del siglo XVIII, una expedición misionera española
comenzó a establecerse en estas tierras de Texas, y esta fortaleza
en la que ahora me encuentro comenzó a ser construida. Muchas veces
reformada, lo cierto es que nunca fue terminada del todo. Fray
Antonio de Olivares, franciscano fundador de esa misión llamada San
Antonio de Valero, contó con la ayuda de los indios papaya
para definir la que sería la primera estructura del fuerte.
Consistía en una iglesia cercada por algunas construcciones
salpicadas en torno a ella, que conformaban la Misión de San Antonio
de Valero. Estaba comunicada con el Presidio de San Antonio de Béjar
mediante un puente, y para el abastecimiento del riego agrícola
también se construyó la Acequia Madre de Valero. Se trataba de un
hogar de misioneros, y su único sistema de defensa estaba
simplemente destinado a soportar pequeños ataques de indígenas
nativos. Pero hoy, nosotros nos enfrentaremos a todo un ejército
provisto de artillería. La fortaleza recibió el nombre de El Álamo
cuando una unidad de caballería española, originariamente de Álamo
de Parra, se estableció aquí. Si bien contamos con algún avance
con respecto a lo que en su día había, el propio líder mexicano
que ya se acerca liderando a su ejército opina que este fuerte no es
siquiera digno de ser considerado como tal. Con una extensión de
tres acres, lo que viene siendo poco más de una hectárea, rodeada
por una débil muralla de apenas cuatro metros de altura en sus
puntos más altos, y que no alcanza los tres en los más bajos, este
fuerte de El Álamo cuenta con dos construcciones principales. El
Cuartel de Baja y el Cuartel Largo. Los muros de la capilla son
testigos de la tensión que aquí se respira.
Algunos
hombres refuerzan tramos vulnerables con empalizadas de madera,
mientras otros terminan de encerrar al ganado en el recinto de los
corrales. En el patio principal comienzan a gestionarse las armas.
Fundamentalmente, contamos con mosquetes robados a los mexicanos, y
disponemos de bastante munición. Sin embargo, la pólvora escasea, a
pesar de que diecinueve cañones están dispuestos bajo órdenes del
ingeniero Green B. Jameson en sus posiciones.
Como
todos los colonos estadounidenses aquí, visto unos pantalones con
cordón de algodón hasta por debajo de la rodilla, justo hasta donde
llegan mis ya desgastadas botas. Sobre mi camisa llevo la típica
librea americana, y hasta me he atrevido con un sombrero de copa, que
aunque lejos de ser una prenda bélica, aquí muchos llevan. Me sitúo
en la fila de los soldados, y trago saliva cuando me entregan mi
mosquete.
-Ánimo,
compañero. Por la independencia de Texas de la dictadura mexicana.
Asiento
y casi doy un respingo, acojonado, cuando escucho en la lejanía las
cornetas mexicanas. Paso al lado de un tipo que está echando una
meada sobre la tierra, tranquilo, creando una pequeña nube de polvo
que nace del impacto del chorro, mientras el rumor del ejército
enemigo se escucha cada vez más cerca, y me pregunto si sólo yo en
este lugar soy el único asustado.
De
repente, por otro de los portones entran a toda prisa un grupo de
hombres tirando de las riendas de seis agotadas mulas cargadas de
provisiones. Igualmente arrastrado, traen a un soldado mexicano al
que han logrado capturar, por lo que imagino que las mulas han sido
robadas, en un intento de reunir más alimentos, pues disponemos de
pocos. El prisionero cae a los pies de William Travis mientras la
tensión aumenta.
-¿Qué
coño significa eso? -le pregunta el teniente coronel al exhausto
mexicano, refiriéndose a los sonidos de las cornetas-. ¡Habla!
-Quieren
-comienza a responder el prisionero, agotado-. Quieren parlamentar.
Al
parecer el soldado ha sido capturado con el objetivo de que sirva de
intérprete para las señales que en el ejército mexicano se
establecen mediante el uso de las cornetas. Me atuso mis largas
patillas, que me he dejado a la moda de la época, mientras me
tranquilizo un poco. Aprovecho para pasarme por la enfermería, donde
se encuentra otro de nuestros líderes. James Bowie. El valeroso
aventurero se encuentra gravemente enfermo, sudando y tosiendo, sin
apenas poder respirar. Sin embargo, no suelta su arma preferida, de
la que es todo un maestro, su cuchillo, dispuesto a luchar aunque sea
desde la propia cama.
-¿Qué
ocurre? -me pregunta entre jadeos-. ¿Qué ocurre ahí fuera?
-Nada
aún, Jim -contesto-. ¿Pensáis luchar en vuestro estado?
-Hasta
el final.
El
estruendo del disparo del más potente de nuestros cañones, el de
dieciocho libras, hace vibrar cada objeto de la enfermería. Esa es
la respuesta de Travis a la propuesta de diálogo del enemigo. Cuatro
bolas de siete pulgadas son disparadas contra nosotros, siendo ese el
único diálogo que se mantendrá entre texanos y mexicanos.
Afortunadamente, no ha habido bajas. Pero esto no ha hecho más que
comenzar. Hoy es 23 de febrero del año 1836. Nos esperan trece días
de asedio.
Escena de la película El Álamo: La Leyenda. 2004 |
Son
varias las películas que narran la batalla de El Álamo, aunque creo
que me quedo con la versión de 2004. El
Álamo: La Leyenda,
de John Lee Hancock.
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