En
algún lugar entre los Montes Cárpatos y el río Danubio me
encuentro ahora, en medio de la región de Valaquia. Este principado
a día de hoy se encuentra desnudo ante la amenaza del Imperio
Otomano, y durante los últimos años, turcos y lo que podríamos
denominar europeos se han estado quitando el trono los unos a los
otros continuamente. Es el año 1476, diciembre, calculo que día 14,
más o menos, y desde hace no mucho tiempo es Vlad III el que tiene
el poder aquí en Valaquia. Se sentó en el trono por primera vez a
sus diecisiete años, para perderlo poco después. Tras la Batalla de
Belgrado en 1456, y hasta hace unos trece años, volvió a tener el
poder en Valaquia, por lo que no le es extraño estar en lo más
alto. Lo que no se le puede negar es que ama esta tierra, por la cual
ha luchado y por la cual ha traicionado a quien ha sido necesario.
Vlad III lleva toda su vida arrimándose al sol que más calienta.
Hoy dice una cosa y mañana dice otra. Siempre ha hecho lo que más
le ha interesado, si con ello conseguía su objetivo. Más conocido
como Vlad Drăculea, este príncipe pasará a la historia como uno de
los personajes más sádicos e incluso depravados que se conocerán.
Vlad III, el Empalador |
Al
norte de estas tierras se encuentra Transilvania, región del Reino
de Hungría, bajo el poder de un soberano que en estas zonas recibe
el nombre de vaivoda. Un poco más al este, está Moldavia. A los
ejércitos de ambas debe Vlad III el estar ahora sentado en el trono,
y a sus líderes, el noble de Transilvania, Esteban Báthory de
Somlya, y el príncipe de Moldavia, Esteban III el Grande, ya veo que
por aquí no son muy originales con los nombres. Fue en la Batalla de
Vaslui, librada en Iaşi, Moldavia, donde se venció a los turcos,
echándolos de Valaquia, que luego se quedó Vlad III, quien también
participó en la contienda en las filas de un ejército húngaro.
Muchos otomanos murieron en la sangrienta batalla, lo que le valió a
Esteban el Grande ser nombrado Campeón
de Cristo por el Papa
Sixto IV. Estas movidas católicas seguro que le gustaron mucho al
rey húngaro Matías I Corvino, pero seguro que a Vlad Drăculea se
la soplaba. Acababa de declararse católico, cuando siempre había
sido ortodoxo, cuentan que sólo para librarse del cautiverio en el
que se encontraba en Hungría. Eso sí, lo que nunca haría sería
convertirse al Islam, menudo asco le tiene a los turcos. ¿El por qué
de aquel cautiverio? Vlad III resistió duramente el avance otomano,
pero recibió pocos apoyos y terminó por huir por túneles secretos
a Transilvania, para pedir ayuda al rey. Sí,
sí, ven que te ayudo,
debió de contestarle Matías Corvino. Drăculea fue encarcelado por
perder sus tierras. No se sabe muy bien por qué, pero fue liberado a
tiempo para participar en la batalla que le devolvería su trono. El
qué demonios hizo para que le liberaran, es un misterio que nadie
conoce por aquí, pero lo cierto es que entró ortodoxo al castillo
del rey húngaro, y salió de allí católico. Yo no digo nada.
El
pueblo de Bucarest queda a no mucha distancia de donde me encuentro.
Hay mucha gente por aquí. Veo a muchos soldados transilvanos de aquí
para allá, y a muchos otros moldavos, enviados por el príncipe
Esteban. Yo estoy metido en las filas de un grupo de boyardos
valacos, nobles, señores de la guerra que tienen más ganas de
ensartar a un turco en sus espadas que otra cosa. Mi compañero de la
derecha escupe al suelo tras carraspear violentamente y mueve su
cuello que cruje mientras mira fijamente al horizonte. Mueve su
espada como si calentara preparándose para la batalla. Su rostro a
pesar de todo es serio. No es estúpido y sabe lo que pasa. Somos
cuatro mil soldados, y allí, al otro lado de estos montes, avanzan
hacia nosotros decenas de miles de turcos. Yo trago saliva, me he
columpiado un poco metiéndome en este bloque de soldados de primera
fila. En cuanto pueda, me escondo, ya que encima esta pesada armadura
prácticamente completa no me deja respirar.
La
diferencia numérica es demasiada. Ni siquiera el terror que
despierta nuestro líder va a frenar a un ejército que sabe que nos
va a arrasar. Y es que otro de los nombres que se ha ganado el
príncipe, es el de Vlad Ţepeş, o el Empalador. Cuán diferentes
fueron las cosas en el año 1461. Quizá los tiempos en los que Vlad
Ţepeş gozó de mayor poder, por lo que mayores eran sus actos de
crueldad. Mehmed II el Conquistador, hijo de Murad II, un tipo que ya
era bastante sanguinario, regresó por donde había venido a todo
galope, con su cabeza echada a un lado para poder vomitar sin
detenerse. Toparse con el Bosque de los Empalados a las orillas del
Danubio, a las afueras de la ciudad de Târgovişte, consiguieron que
enfermara. Más de veinte mil cuerpos empalados en el valle
representaban la más terrible muralla levantada por Vlad Ţepeş.
Prisioneros turcos, pero también familias enteras de húngaros o
transilvanos, que habían acabado ensartados en las picas por una u
otra razón. Ante rebeliones, pueblos enteros eran condenados a morir
así, y hay quien dice que el príncipe acostumbraba a desayunar en
medio de estos bosques de empalados que aún agonizaban.
Pero
lejos quedan esos días y hoy un tremendo ejército otomano se acerca
a nuestra posición. En cuanto empieza el lío, me desplazo poco a
poco a las posiciones traseras, pero algo me resulta extraño.
Algunos de los grupos de boyardos valacos no sólo no pelean con los
turcos, sino que el ejército de Basarab
III Laiotă penetra entre ellos sin que exista enfrentamiento alguno,
mientras en medio de la batalla se intercambian miradas de
complicidad. Me huele a traición. Aprovechando que yo me encontraba
entre esos nobles guerreros, corro sin miedo a ser atacado por los
turcos y puedo ver cómo finalmente los moldavos de la guardia de
Vlad III sí se enfrentan valientemente a los otomanos, a pesar de la
abismal desventaja numérica. Caen como moscas. Observo cómo un
personaje a caballo, visiblemente de importante rango debido a sus
ropas, arrolla a todo lo que se le cruza mientras avanza con el único
objetivo de abrirse paso hacia el príncipe empalador. Se trata del
propio Basarab Laiotă. Poco les cuesta a los turcos acabar con el
puñado de moldavos leales antes de que el propio Basarab termine por
rebanarle la cabeza a Vlad Drăculea. Terrorífica es la escena en la
que separan del cráneo la cara y la cabellera de pelo rizado largo
de Vlad III, que se llevarán a Estambul a modo de trofeo que
exhibirán en una pica. Aún así, posiblemente no se acerque al
nivel de sadismo del propio príncipe, cuyo cuerpo decapitado será
enterrado en el monasterio de un islote del centro del lago Snagov.
Grabado que representa a Vlad III desayunando entre sus empalados |
Qué decir del verdadero Drácula. Un personaje del que aún se mantienen muchísimas dudas y datos que sólo son leyendas, generando opiniones de todo tipo. El caso es que fue un líder sádico del que muchos de sus actos se tienden a exagerar, y otros, por contra, quizá no se acerquen siquiera al nivel de crueldad que creemos. Mucho se ha escrito y dicho de este Drácula que en realidad fue Vlad III. En este programa de Cuarto Milenio exponen algunos de sus enigmas.
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