La espantosa ejecución del emperador Andrónico


De la noche a la mañana. Y nunca mejor dicho. Así ha cambiado la situación de la cúpula dirigente del Imperio bizantino, pues anoche, el cruel emperador Andrónico I Comneno gozaba de su posición sin mayor preocupación que la que su mago le había causado al transmitirle su última predicción. Desde luego, el régimen tiránico con el que somete a su pueblo no ocupa una posición prioritaria en su lista de inquietudes. Pero hoy, día 12 de septiembre del año 1185, su autoritarismo ha llegado a su fin. La profecía del oráculo había logrado especificar con claridad la letra inicial del nombre del próximo gobernante del Imperio romano de Oriente. La «I». Incluso, aunque con menor precisión, el brujo, con una larga y reconocida trayectoria al servicio de los emperadores desde los tiempos de Manuel I Comneno el mismo que ordenó cegarle para que fuese más eficiente en sus premoniciones, había intuido que el nombre completo podría ser «Isaac». Andrónico, ajeno al creciente descontento que su pueblo experimenta con su política, se reunió con su ministro de mayor confianza, Esteban Hagiocristoforites, para enumerar a los posibles candidatos, tarea complicada debido a que por estos lares la aristocracia no suele ser demasiado original poniendo nombres. El propio padre del emperador, sin ir más lejos, se llamaba Isaac. La verdad es que el adivino tampoco se mojó demasiado.

Iglesia de Santa Sofía. Estambul

De la extensa lista de posibles tocapelotas que podían amenazar su gobierno, Andrónico se fijó especialmente en dos. En primer lugar, se acordó de su sobrino, gobernador de la región de Isauria. Su candidatura era alarmante debido a los problemas que había causado desde que fuera liberado de su cautiverio en la Armenia cilicia, cuando partió hacia Chipre y se autodenominó señor de la isla. Sin embargo, la profecía incluía una estimación del tiempo que tardaría el nuevo emperador en hacerse con el poder. Tan solo unos días. Eso descartaba a este Isaac, pues sabían que estaba totalmente entregado a sus muchas y variadas fechorías allí, en su querido reino. Pero hay otro. Uno que ya había causado molestias cuando Andrónico pudo acomodar del todo su trasero en el trono, tras deshacerse del legítimo emperador Alejo II, a quien ordenó estrangular con la cuerda de un arco. Isaac Ángelo es un noble perteneciente a una de las familias más poderosas del imperio. La dinastía de los Ángelo siempre ha estado emparentada con la de los Comneno, y por ello, su presencia resulta amenazadora. Isaac estaba asentado en la ciudad de Nicea cuando Andrónico se alzó como único emperador. Fue allí donde se concentró la principal resistencia ante la figura del nuevo gobernante, y donde ya muchos empezaron a corear que preferían al Ángelo antes que al Comneno. Andrónico confirmó las acusaciones que el pueblo lanzaba contra él, tildándolo de despiadado, cuando, para conseguir que la ciudad se rindiera antes de iniciar el asedio, mandó atar a la madre de Isaac a la cabeza del ariete con el que pensaba asestar el primer golpe sobre las murallas. Además, pudo capturar a buena parte de los guerreros selyúcidas que defendían la plaza e hizo que los empalaran. Evidentemente, Nicea se rindió.

–Pero no puede ser este, Esteban –aseguró el emperador hace solo unas horas–. Este muchacho es inofensivo. A este ya se le metió en vereda. No es más que un friki.

–Ya, bueno, pero por si acaso –zanjó Hagiocristoforites.

Isaac II Ángelo. Anónimo. Siglo XV
Su nombre significa «portador del Cristo», pero todos lo conocen como el «portador del Anticristo». Esteban Hagiocristoforites era de origen humilde, pero logró escalar hasta el puesto más cercano al emperador gracias, fundamentalmente, al sadismo que empleaba a la hora de cumplir las órdenes de Andrónico. Aprendió desde el principio cómo funcionaban las cosas en la corte, pues a él mismo le cortaron la nariz cuando intentó seducir a una dama de alta alcurnia. Desde entonces él se ofreció para ser el principal cercenador de narices, orejas, manos, pies y lo que hiciese falta. Anoche, a pesar de la tranquilidad que su señor había mostrado ante el asunto del augurio, Esteban decidió que era mejor prevenir que curar. El sicario se dirigió hacia la casa de Isaac Ángelo acompañado de varios de sus hombres. El ostentoso monasterio de Santa María Peribleptos, en el corazón de Constantinopla, indicaba el lugar. El joven vive junto al lujoso edificio que el emperador Romano III hizo construir, gastándose en ello un pastón, algo que le costó duras críticas. A las puertas de la casa, los soldados descabalgaron. Esteban golpeó la puerta hasta que casi la echó abajo. Al cabo de un rato, un muchacho de cabello alborotado, barba desaliñada y aspecto descuidado se presentó ante el ministro. De sueño o de pánico, su semblante mantenía un gesto ambiguo.

–Ríndete –le espetó Hagiocristoforites desenvainando su espada, acción que imitaron tras él todos sus hombres, al unísono.

–Rendirme de qué –se limitó a decir el joven–. Si yo no he hecho nada.

La paciencia de Esteban era nula. Bastante que se había dirigido a él antes de atravesarle el estómago con su espada, que es a lo que realmente había ido. Confiado, sabiendo que acabar con ese muchacho no le supondría ningún problema, el sicario sonrió y casi se relamió decidiendo a qué altura hincar su acero en aquel cuerpo desgarbado. Pero contra todo pronóstico, el muchacho, con actitud molesta, retrocedió unos pasos y, con la pesadumbre de quien ha sido despertado de un apacible sueño, desplazó la mano y tomó de la pared un brillante paramerion, destinado a la decoración de su vestíbulo, más que a defenderse de quien pretende darle muerte. Eso arrancó la risotada del cruel ministro, que a su vez propició las carcajadas de los otros soldados. Aquella estúpida mueca de burla fue la que se petrificó en el rostro de Hagiocristoforites. Y después, se partió en dos. Con una repentina e inesperada estocada, Isaac dejó su sable ensartado en el cráneo de Esteban. Las risas de los soldados cesaron en seco.

La muerte de Esteban Hagiocristoforites por Isaac Ángelo. Jean Colombe. Siglo XV

Isaac se apresuró para cerrar el portón y escapar por otra de las salidas. Antes de que los sorprendidos soldados pudieran reaccionar, el joven salió a toda prisa a lomos de su caballo y tomó la Mese, la vía principal de Constantinopla, hacia el este. Logró alcanzar la iglesia de Santa Sofía, y allí se refugió.

Esta mañana, desde que amaneciera, cientos, miles de partidarios se han congregado dentro y fuera de la basílica. La noticia de que Isaac ha logrado escabullirse de su asesino, el cruel Anticristoforites, incluso dándole muerte, ha infundido en la población de la capital la ilusión de un cambio de gobierno. Me encuentro ahora caminando por el interior de la antiquísima catedral de Santa Sofía. Desde que se levantara a mediados del siglo IV, sus reconstrucciones se han repetido sin descanso, muchas de ellas por causa de los habituales seísmos que sufre esta zona. La última, la llevada a cabo tras el terremoto del año 989. Principalmente se reparó la cúpula, su elemento principal. El trabajo del arquitecto armenio Trdat fue excelente, pues parece, cuando estás debajo de ella como yo lo estoy ahora, que flotara suspendida en el aire. Aquí, entre sus muros, la voz grave de Basilio II suena aún más eminente. Alentado, casi obligado por la gente, el Patriarca de Constantinopla ha oficiado la coronación de Isaac Ángelo como nuevo emperador. Apresar a Andrónico Comneno, el anterior, ha sido la primera orden del recién ungido.

–Él es un tirano. Nosotros sus lacayos –expone Isaac dirigiéndose a su pueblo–. Pero él es uno. Y nosotros somos muchos. ¿¡Por qué soportamos esto!?

A orillas del mar de Mármara, en el palacio de Bucoleón, Andrónico intentó sin éxito organizar a su ejército personal, abastecido fundamentalmente por varegos, mercenarios vikingos. Quería escapar por barco a través del Mar Negro, pero incluso las aguas, hoy más calmadas que de costumbre, se han puesto en su contra. No hubo nada que hacer. Ha sido apresado y, para su ejecución, se ha escogido la más atroz de las modalidades. Sencillamente, ha sido puesto a disposición del pueblo. Cuando salgo de la iglesia, alcanzo a ver el caos que se ha apoderado de la ciudad. Los habitantes de Constantinopla asaltan los palacios y casas imperiales saqueando todo cuanto pillan. Otros vitorean a sus familiares tras liberarlos de las prisiones en las que permanecían encarcelados por orden de Andrónico. Y el resto se afanan en colaborar en la muerte del que hasta hace unas horas era el dirigente del Imperio romano de Oriente. Llego a verlo. Está desnudo. La multitud le ha arrancado sus joyas, pero también su barba y su pelo, todo a tirones. Desfila en un camello sarnoso que apenas puede mantenerse en pie, aunque casi no puede avanzar entre el gentío, ofuscado en maltratar al depuesto emperador, arrojándole excrementos y agua hirviendo, y golpeándole con palos y piedras. Intento acercarme pero la muchedumbre es impenetrable. La sádica procesión avanza por la vía Mese hacia el oeste y no tarda en alcanzar el hipódromo, donde se detiene. Entre los imponentes obeliscos de Teodosio, cubierto de granito rosa; y de Constantino, vestido de bronce dorado, se organiza el espectáculo de la muerte de Andrónico. Le arrancan los dientes, le sacan los ojos y le cortan las manos. Cuando lo cuelgan por los pies entre dos columnas, aún respira. Todo aquel que quiera golpearle, puede hacerlo.

Ante tal escena, incapaz siquiera de mirarla desde lejos, opto por continuar por la calle principal de Constantinopla. Un poco más adelante me topo con las ruinas del palacio de Lauso, donde dicen que durante algún tiempo fue albergada la maravillosa estatua de Zeus, tallada en Olimpia por el célebre escultor Fidias, allá por el siglo V antes de Cristo. Del eunuco Lauso, chambelán de la corte del emperador Teodosio II, se dice que era un hombre realmente compasivo y caritativo. La compasión y la caridad, sin lugar a dudas, hoy están ausentes.

Andrónico I humillado. Ilustración de una de las traducciones de la obra Historia, de Guillermo de Tiro. Siglo XV

La efeméride recogida en la web del canal History.

Comentarios