La tercera defenestración de Praga

Me encuentro en el corazón de la región de Bohemia. Hoy la temperatura es agradable en Praga. Atravieso lentamente este ancho puente de Carlos, llamado así porque su construcción se inició bajo el gobierno del que fuera Carlos I, rey de Bohemia; y Carlos IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Apoyada en dieciséis arcos, esta robusta estructura permite cruzar el río Moldava, comunicando no solo dos lados de la ciudad, sino también dos partes de Europa. Ante mí no tarda en aparecer, pues pequeño precisamente no es, el opulento castillo. La tensión que por aquí se respira me tiene bastante acojonado. Hoy es día 23 de mayo del año 1618. Mucho está tardando en liarse una vez más.

Castillo de Praga

Los Habsburgo saben que esta zona es muy valiosa, debido sobre todo a una posición estratégica muy importante desde la que controlar los trazos que sobre los mapas los otomanos no dejan de dibujar. El año pasado se eligió al nuevo rey de Bohemia, Fernando, duque de Estiria, y eso no ha sentado nada bien en esta región que debe su nombre a los antiguos boyos, la tribu celta que vivió por aquí durante la Edad del Hierro. Allí por donde Fernando extiende su dominio, aplica una devastadora política destinada a favorecer el catolicismo y a acabar con el protestantismo. Bohemia, de mayoría protestante, está viendo en los últimos tiempos cómo se vulneran los derechos que consiguieron tras la firma de la Carta de Majestad, hace nueve años, por la pluma de Rodolfo II. Fernando ha ordenado una serie de imposiciones que incluyen la prohibición del culto protestante en muchas ciudades, la exclusión de los funcionarios no católicos o la censura en las imprentas. Debido a estos turbulentos acontecimientos, las bellas calles de Praga han visto nacer un movimiento de personalidades que se hacen llamar Defensores de la Fe. El nombre mola bastante, quizá un poco flipado, pero no les está yendo demasiado bien.

Continúo paseando por los alrededores del castillo, y me fijo en el imponente baluarte artillero que se alza junto a la pendiente del foso. Se trata de la torre Daliborka, que debe su nombre a una historia que puede que tenga más de leyenda que de realidad. La torre alberga en su interior una prisión, cuyas mazmorras más temibles se encuentran en la parte subterránea, a las que se accede mediante una compuerta abierta en el mismo suelo, y por la que los condenados descienden, en el mejor de los casos, a través de unas plataformas guiadas con poleas. Cuentan que el primer prisionero que fue encarcelado aquí se llamaba Dalibor de Kozojed, detenido a finales del siglo XV por participar en una rebelión de súbditos levantados contra los nobles. Según cuentan, el reo pudo hacerse con un violín, y cada noche tocaba melancólicas melodías que llevaban a todos los praguenses a acudir hasta estos muros, para poder escuchar sus bellas canciones. Viendo la seducción que el rebelde despertaba en la población, los carceleros decidieron darle muerte en su propia celda cortándole la cabeza. Sin duda, mirar este cilíndrico torreón me pone los pelos de punta.

De aquí para allá veo cómo varios grupos de hombres corren dándose voces, organizando sus movimientos. Me infiltro en una de estas multitudes y enseguida, por lo que escucho, me doy cuenta de que pertenecen a los Defensores de la Fe. Al parecer, están furiosos porque antes de ayer recibieron la orden del emperador Matías, obligándoles a disolver su asamblea, en respuesta a la solicitud que ellos le hicieron llegar, pidiendo que pusiese fin a la fanática política religiosa que Fernando ha impuesto. Esto ha sentado muy mal, y esta gente está dispuesta a tomarse la justicia por su mano.

Corro entre ellos hasta que llegamos a las puertas de Hradčany, las cuales no tardan en abrir a golpes, entrando en la fortaleza. El primero en recorrer el interior es el conde de Thurn, visiblemente cabreado y dispuesto a pasar a la acción. No llego a saber en cuál de las plantas localizan a quien iban buscando, pues prefiero quedarme fuera, pero enseguida las voces y el bullicio me indican que los lugartenientes Vilém Slavata y Jaroslav Martinic han sido encontrados. Tras unos instantes, no tardo en ver cómo los dos gobernadores imperiales son arrojados desde las ventanas. Además, un tercero, el secretario Filip Fabricius, también corre la misma suerte y es lanzado al vacío.

Algunos de los presentes celebran el asalto, pero lo cierto es que para cuando las autoridades llegan para poner orden, los tres pobres hombres, aún vivos, asoman sus cabezas entre la ponzoña del montón de estiércol sobre el que han caído. Limpian sus ojos de excrementos y alcanzo a ver cómo incluso escupen fiemo pero, lo cierto es que deben a este asqueroso montón de mierda el haber podido salvar sus vidas.

La defenestración de Praga. Matthäus Merian

Este suceso se consideró como uno de los principales desencadenantes de la Guerra de los Treinta Años. De todo lo relacionado con esto sabe mucho el historiador británico Peter H. Wilson.

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