Único emperador

Colocar flecha, tensar arco, apuntar para arriba y... que sea lo que Dios quiera, supongo que es en quien debo confiar ahora. Aquí estoy bien. A distancia, con mi arco. Me encuentro a orillas del Hebro, concretamente en el meandro que dibuja este río en el punto en el que sale su principal afluente, que por aquí llaman Thundza. Estas aguas separan al pelotón en el que me encuentro, formado por unos cinco mil arqueros, del campamento de nuestros enemigos. De ahí que mi tarea consista únicamente en eso. Colocar flecha, tensar arco, apuntar para arriba y... disparar. A nuestra derecha, abiertos en una línea de unos cuatro kilómetros de ancho, se encuentra el grueso de nuestro ejército. Ciento quince mil soldados a pie, flanqueados por algo menos de diez mil jinetes. Dicho así no suena nada mal, pero es que nos enfrentamos a un ejército muy similar al nuestro, pero que cuenta entre sus filas con ciento cincuenta mil infantes acompañados en sus flancos por más de quince mil soldados a caballo. Sin embargo, Constantino sabe que vale más la ferocidad de sus veteranos que el número superior de los contrarios. Es por ello que hoy, día 3 de julio del año 324, Licinio es, de los dos emperadores romanos que hoy aquí se enfrentan, el que más acojonado debe de estar.

Arco de Constantino. Roma

Las flechas silban cuando ascienden al azul cielo que nos cubre en este veraniego día, y caen algunas hincándose en el encharcado prado sin mayor peligro, mientras que varias se espetan en los escudos con golpes secos, a la vez que otras encuentran su objetivo y arrancan alaridos de dolor. Por un instante me quedo embobado mirando al cristalino Hebro, rodeado por mis compañeros, que no cesan en su repetitiva maniobra de causar esa lluvia de flechas sobre los soldados que, a pesar de pertenecer a nuestro imperio son ahora enemigos. Cuenta uno de los mitos griegos que fue a estas aguas donde las bacantes arrojaron la lira de Orfeo. Se tiraba todo el día tocando, pero no le hubiera molestado tanto que su instrumento acabara en el río si no fuera porque cayó acompañado de su cabeza. Tal era su amor por Eurídice que a pesar de que el tío las tenía a todas locas, se negó siempre a entregarse a otra ninfa que no fuera su esposa. Y de ahí su final. Pobre hombre.

-¡Avanzad!

Las primeras líneas del ejército de Licinio reaccionan y su disciplinado paso amenaza a los nuestros. Pero lejos de acobardarse, los experimentados guerreros de Constantino toman posiciones, preparados para el combate. Al otro lado del campo de batalla, la ciudad de Adrianópolis contempla el desenlace, a la espera de saber si esta noche, ella, como todo el imperio, dormirá bajo el mandato de un único emperador.

Llevamos once años gobernados por dos líderes. Pero vamos, que veníamos de estar bajo el gobierno de tres, e incluso hasta cuatro emperadores. En el año 313, tras la victoria de Constantino el año anterior sobre Majencio en la Batalla del Puente Milvio, y el suicidio de Maximino por su derrota en la Batalla de Tzirallum ante Licinio, dejó el poder en manos de los dos vencedores, que hasta el día de hoy han gobernado, el primero en Occidente, y en Oriente el segundo. Como se suele decir, sólo puede quedar uno, y ahora me encuentro en el escenario que decidirá quién de ellos es.

Desconozco cuál es el orden de los acontecimientos. Desconozco si Constantino pelea por los cristianos, o si abraza el cristianismo para que esta religión beneficie su estrategia. Lo cierto es que la pasada noche, Constantino ha rezado al Dios cristiano, mientras que Licinio ha acudido a los oráculos paganos. Me hace gracia pensar que ambos han obtenido la misma respuesta por parte de distintas deidades. Ambos creen que hoy vencerán.

Fue en el Edicto de Milán donde tanto uno como otro acordaron autorizar el culto cristiano en el imperio y anular las sanciones que anteriormente se venían imponiendo a los seguidores de esta religión. Sin embargo, Licinio continuó por una senda más cercana a los cultos paganos, mientras que Constantino, aunque muchos creen que no sabe ni a qué altar acudir, parece que se ha acercado en mayor medida al cristianismo. De este modo, el abismo que entre ambos emperadores se ha ido abriendo, ha tenido muchas connotaciones religiosas. Hoy en esta llanura se enfrentan Oriente y Occidente, pero todos los soldados vestimos una indumentaria muy similar. Hoy se enfrentan, quizá, paganismo y cristianismo, pero las espadas que defienden ambas posiciones están forjadas de igual modo. Pero lejos de la política y la religión, en la batalla lo que cuenta es el valor. Y poco a poco, es el ejército de Licinio el que más muertos deja sobre las orillas del Hebro. Acompañado por un puñado de hombres, el gobernador de Oriente escapa con dirección a Bizancio. Constantino acaricia su meta de convertirse en el único emperador.

Cabeza del coloso de Constantino. Palacio de los Conservadores. Roma

Recomiendo este interesante documental del canal Historia: Rome. Rise And Fall Of An Empire. Constantine The Great.

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