El asesinato del emperador libidinoso

Hace unos días tuve la oportunidad de charlar con un funcionario romano, de nombre Herodiano. Pude preguntarle acerca del actual emperador, Marco Aurelio Antonino Augusto, y lo cierto es que la información que este liberto me proporcionó sobre el joven de dieciocho años que ostenta el máximo poder del Imperio Romano, me dejó realmente impresionado. Supongo que en tiempos convulsos como estos que vivimos se tiende a exagerar, pero Herodiano me aseguró que todo lo que me comentaba lo había presenciado. No obstante, aun rebajando notablemente el alcance de tales afirmaciones, todavía nos quedaría un relato bastante perturbador, cuyo protagonista es este muchacho que ahora veo, ataviado con ostentosas telas, todas ellas de seda. Un lujo que nadie había alcanzado hasta ahora. El uso del más exclusivo de los tejidos venidos de tierras orientales no es el único aspecto que el emperador, poco más que un niño, posee como excentricidad nunca antes vista. Y esa es la razón por la que se ha convertido en un líder tan odiado por todos los aquí presentes.

Las rosas de Heliogábalo. Lawrence Alma-Tadema. 1888

Vario Avito Basiano nació en Emesa, importante ciudad siria, en el año 203. Perteneciente a la dinastía Severa, es hijo de Julia Soemia Basiana, y nieto de Julia Mesa. Hago referencia a su madre y a su abuela, puesto que estas dos mujeres son las que han estado moviendo los hilos del poder, ya que el muchacho, y en esto todos parecen coincidir, no ha utilizado su posición para otra cosa que para dar rienda suelta a los deseos de un, según lo denominan por aquí, vicioso con una indescriptible desagradable vida. Tras el asesinato de Caracalla, en el año 217, uno de los participantes en el atentado, el prefecto del pretorio, Macrino, ascendió al poder blindado por el apoyo que todas sus tropas le brindaron, sin necesidad de consultar al Senado. Su gobierno duró alrededor de un año, el tiempo que necesitaron dos mujeres en Emesa para organizar una conjura con el objetivo de derrocarle, en favor de un niño que, a pesar de su juventud, ejercía como sumo sacerdote de El-Gabal, principal deidad de esa ciudad siria, cuyo culto resultó tan importante para él que le valdría el nombre posterior de Heliogábalo. Para llevar a cabo su complot, las mujeres se ganaron el apoyo de la Legio III Gallica, asentada en Raphana. De este modo, al amanecer del día 16 de mayo del año 218, Publio Valerio Comazón Eutiquiano, comandante de la tercera legión, proclamaba emperador al chaval, bajo el argumento de que era hijo ilegítimo de Caracalla. Las cosas se complicaron para Macrino, quien vio también la rebelión de la Legio II Parthica. Su definitivo final llegó con su derrota en la Batalla de Antioquía del 8 de junio de 218, fecha elegida por el emperador Heliogábalo como inicio de su gobierno.

Hoy es día 11 de marzo del año 222. Me encuentro en el campamento pretoriano, a las afueras de Roma, un cuartel construido en el año 23 por orden de Lucio Elio Sejano, prefecto pretoriano del emperador Tiberio. Se trata de un recinto amurallado de casi quinientos metros de ancho, cuyos muros de piedra, y más en un día como hoy, lo convierten casi en una prisión. En el centro del campo, como protagonistas de la tensa escena que estamos viviendo, se encuentran el emperador Heliogábalo y su primo, Alejandro Severo. Permanezco entre las filas de la guardia pretoriana, cuyos dirigentes han convocado esta reunión. Tras algunos discursos, todos los soldados, y por ello yo me uno para no levantar sospechas, comenzamos a aclamar a Alejandro, despreciando a Heliogábalo. El emperador, lleno de ira, comienza a gritar tan fuerte que no puede evitar soltar ridículos gallos de adolescente. Se siente traicionado, y da vueltas sobre sí mismo ordenando arrestar y ejecutar a todos aquellos que tengan que ver con esta revuelta, pues acertadamente interpreta que se trata de una rebelión. Ningún pretoriano se mueve hasta que una nueva orden es voceada. La exclaman nuestros capitanes. Las espadas silban saliendo de las vainas. El emperador debe ser asesinado.

Pocos en toda Roma son los que no se han llevado las manos a la cabeza ante la actitud del joven que hasta ahora dirigía el imperio. Desde que comenzara a ejercer de emperador, todos aquellos que colaboraron en su ascenso al poder se lamentaron de haberlo hecho. Se le ha acusado de muchas cosas, pero lo realmente grave es que a pesar de su juventud y de la posibilidad de crecer bajo una educación destinada a un buen gobierno, Heliogábalo es incontrolable.

Busto de Julia Maesa. Penn Museum de Pensilvania

Corrupto. A su llegada a Roma en el año 219, el muchacho colocó a sus aliados, aquellos que lo habían ayudado a usurpar el poder, en diferentes puestos de gran categoría, despertando la indignación de los mandatarios que consideraban que dichas personas no estaban capacitadas para ocupar tales cargos. Irresponsable. Se la suda todo. Colocó a su madre y a su abuela en el Senado, pasándose por el forro el hecho de que las mujeres no podían siquiera acudir a las reuniones senatoriales. Arrogante. Tal ha sido su desdén, que ha modificado a su gusto incluso el mismísimo panteón de los dioses, colocando a su deidad predilecta, El-Gabal, en lo más alto, situándola incluso por encima del dios Júpiter. Ordenó traer de su ciudad natal la roca negra que se utiliza para representar al dios, cuyo nombre ha definido ahora como Deus Sol Invictus. Dicha piedra, que probablemente es un meteorito, es paseada por toda la ciudad en un carro de oro tirado por seis caballos blancos no dirigidos por nadie, como si la propia deidad fuera quien los guiara. Por supuesto, él es el sumo sacerdote de su nueva religión. Depravado. Quizás el más trascendental de sus aspectos, y el que más cóleras ha levantado. Heliogábalo es un auténtico enfermo. Su orientación sexual siempre ha sido discutida, pues a pesar de sus varios matrimonios con mujeres, el muchacho, y no a escondidas, siempre ha mantenido relaciones con otros hombres. Pero lo que a esta sociedad escandaliza es su comportamiento. Se dice que el chico ha convertido el palacio imperial en un auténtico prostíbulo. Acostumbra a vestirse y maquillarse como una mujer, y sofoca su deseo prostituyéndose en sus salones, ofreciéndose a cualquier hombre, patricio o plebeyo, que pase por allí, a cambio de unas monedas. Además, posee funcionarios cuyo trabajo no es otro que localizar a los hombres mejor dotados del imperio, para traerlos hasta su lecho. Prefiriendo considerarse a sí mismo emperatriz, antes que emperador, quiso nombrar César a su amante favorito, el auriga Hierocles, a quien acostumbraba a besarle el miembro tras las victorias del atleta en los estadios. Se dice que Heliogábalo prometió infinitas fortunas al médico que lograra otorgarle genitales femeninos. Pero lo realmente preocupante para sus allegados, era que el muchacho descuidaba completamente sus labores de emperador, entregándose en todo momento a sus vicios. Y es por ello que hoy han decidido poner fin a la incontrolable actitud de este crío.

Sus ropas de seda no le pueden proteger. Su poder ya no es respetado. Sabe que su gloria, y todo lo que ésta le proporcionaba, ha llegado a su fin. Desconozco si el miedo que ahora recorre su cuerpo conseguirá que reflexione sobre su conducta, llegando a la conclusión de que el puesto más alto del Imperio Romano conlleva responsabilidades, y no sólo beneficios. Tras haber salido corriendo, huyendo en busca de un lugar seguro, los soldados finalmente lo encuentran. Nadie, a excepción de su madre, permanece a su lado. Tal es su soledad en este momento que el único refugio que ha conseguido encontrar es una sucia letrina en la que intentó esconderse. Madre e hijo son detenidos y desnudados. Obligados a arrodillarse en el centro del campo pretoriano, son decapitados ante la mirada de la abuela, quien rodea con su brazo a su segunda opción de emperador tras el fracaso del otro nieto. Alejandro Severo será proclamado emperador con tan sólo trece años de edad.

Busto de Heliogábalo. Museo Capitolino de Roma

Herodiano nos dejó una de las fuentes más importantes sobre la vida de este emperador.

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