Malos
tiempos corren para los judíos en este reino, en esta España que
poco a poco nace. La hostilidad hacia los practicantes de la religión
hebrea ha crecido enormemente durante los últimos años en los
territorios pertenecientes a las Coronas de Castilla y de Aragón,
unidas bajo un mismo trono ocupado por Fernando II e Isabel I. Y
sucesos como este que me ha traído hoy hasta aquí no ayudan en
nada. Camino ahora junto a los muros del monasterio de Sancti
Spiritus, habitado por monjes premostratenses, pertenecientes a la
orden creada por San Norberto en el norte de Francia, en un pueblo
llamado Premontrè, al que debe esta rama del monacato el
trabalenguas que tiene por nombre. El austero convento fue erigido en
1209 a orillas del pequeño río Grajal, el cual atravieso en esta
fría mañana cruzando el bello puente de un único ojo bajo el cual
las aguas me regalan un calmado murmullo. Pronto llego al Brasero de
la Dehesa, este descampado cuyo nombre resulta bastante descriptivo,
teniendo en cuenta que es el lugar donde se llevan a cabo los autos
de fe en esta ciudad de Ávila. Es día 16 de noviembre del año
1491.
Ilustración anónima del siglo XVIII que representa los supuestos actos |
Un
montón de leña no demasiado seca se apila en el centro de una
multitud silenciosa. Sólo una voz se escucha en el lugar, narrando
con voz pausada y grave, como queriendo otorgar a su discurso un tono
de autoridad e incluso amenaza, una serie de sentencias.
Concretamente cinco, pues cinco son los condenados, a los que veo
encadenados entre sí, cabizbajos, resignándose a escuchar las
palabras de ese funcionario de la Inquisición que no está leyendo
sino la orden de ejecutarlos, quemándolos vivos en la hoguera. Son
varias las autoridades eclesiásticas y judiciales presentes, pero no
logro identificar a los inquisidores que se han encargado de este
proceso desde hace poco menos de un año, Pedro de Villada, Juan
López de Cigales y Fray Fernando de Santo Domingo, todos ellos
hombres de confianza del inquisidor general Tomás de Torquemada, y,
como él, autores en varias ocasiones de discursos notablemente
antisemitas.
Es
una época esta en la que pocas pruebas se piden para mandar a un tío
a la hoguera, sobre todo si es judío. Como en todo, existirán casos
que sean ciertos, y también muchos otros que no lo sean, pero en
toda Europa se ha extendido la convicción de que artes oscuras
relacionadas con rituales sacrílegos, brujería o incluso satanismo,
se practican habitualmente. Esta trágica historia, cargada de
enigmas, cuyo desenlace estoy presenciando, comenzó el año pasado.
Varios judeoconversos fueron detenidos. Entre ellos, el cardador
Benito García, en Astorga, y todos fueron sometidos a una serie de
interrogatorios, acusados de judaizar, es decir, de continuar
practicando la religión judía en secreto, tras haberse convertido
al cristianismo. Este delito es muy común entre los conversos, pues
incluso los rabinos de esta época instan a sus fieles a declarar su
conversión al cristianismo, si con ello salvan sus vidas, y a seguir
practicando la fe hebrea de manera clandestina, exentos de realizar
los ritos que puedan delatarles, por lo que ya directamente les dicen
que con que mantengan su fe en sus almas es suficiente. Varios
acusados de esta infracción acabaron en la prisión inquisitorial de
Segovia, y fue en estas celdas donde comenzó a surgir la confesión,
siempre bajo inhumanas torturas, de delitos más graves, relacionados
con asesinatos rituales.
-¡Marranos!
Arded en las llamas -grita con rabia un tipo, a mi lado.
Últimamente
está de moda este insulto hacia los judaizantes, y muchas son las
hipótesis de su origen. Que si viene de marrar, vocablo antiguo que
significa fallar... Que si se les llama así porque no pueden comer
cerdo... Que si viene del término árabe muharram, que
designa lo prohibido... Lo que está claro es que es una palabra
despectiva, y alguno de los condenados mira con desprecio a quien de
esa manera le está llamando. Los ponchos que les cubren, a modo de
sambenitos, no son menos indignantes.
Ningún
padre denunció la desaparición de su hijo en La Guardia, una aldea
de Toledo. Ningún cadáver se ha encontrado. Ni siquiera hay un
nombre para la supuesta víctima. Pero el espantoso crimen por el que
estos hombres hoy están siendo conducidos al fuego se dio por
confirmado. Sometidos a tormento, declararon haber participado en un
escalofriante ritual llevado a cabo hace más de diez años en La
Guardia. Allí, la noche de un Viernes Santo, habrían crucificado a
un niño, tras torturarlo con palizas semejantes a las sufridas por
Jesucristo en la Pasión. Ya clavado en la cruz, le habrían dado
muerte sacándole el corazón. Además, habrían planeado fomentar la
dispersión de una epidemia de rabia al impregnar con la sangre del
crío unas obleas sagradas que se encargarían de distribuir
posteriormente.
No
quiero imaginar en qué condiciones confesaron esta atrocidad,
sabiendo que la Santa Inquisición dispone de expertos funcionarios
en el poco prestigioso arte de la tortura. Pero todo huele muy raro,
partiendo del hecho de que nadie sabe qué cojones hacían varios
judíos encarcelados en prisiones inquisitoriales, cuando la
Inquisición sólo tiene autoridad sobre los bautizados. Pero en fin,
dos son los judíos hoy aquí presentes, más tres conversos,
sumando un total de cinco, como cinco son las estacas que veo que
ahora mismo están hincando entre la pira. La colaboración entre los
poderes eclesiásticos y los judiciales ha conseguido que se lleve a
cabo este auto de fe, que no es más grave que el sentimiento de odio
y antisemitismo que se ha sembrado en la población. Las llamas
empiezan ya a devorar la leña, y el humo asciende poco a poco al
gris cielo de Ávila. El cardador, junto a otros dos conversos, y dos
judíos, el zapatero de Tembleque, Yucef Franco, y el zamorano Moshé
Abenamías, mezclan sus llantos con injurias y gritos que claman su
inocencia y la falsedad del proceso que les ha llevado hasta este
final.
Puerta del Mollete, de la Justicia o del Niño Perdido, en el claustro de la Catedral de Toledo. Frescos que representan el rapto (izquierda) y la crucifixión (derecha) del niño. Francisco Bayéu. 1776 |
Dos de las fuentes más importantes acerca de este suceso serían los estudios de los historiadores Joseph Pérez y Luis Suárez Fernández, presentes en sus obras Los judíos en España y La expulsión de los judíos. Un problema europeo, respectivamente.
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