Han
pasado ya cuatro, desde el denominado año de los cinco
emperadores, y fue entonces cuando empezó toda esta historia que
hoy termina. Es 19 de febrero del año 197 y me encuentro en la
ciudad romana de Lugdunum, que no solo es la capital de esta
provincia, la Galia Lugdunense, sino que se trata de la ciudad más
importante en esta parte de Europa. Fue fundada por el avispado Lucio
Munacio Planco en el año 43 antes de Cristo, un año después de
recuperar su cargo de gobernador de la antigua Galia Comata, llamada
así porque viene del término coma en latín, que significa
melena. No sé a quién se le ocurrió pero siempre me hizo gracia, y
es que escogieron ese nombre porque los habitantes de estas tierras
acostumbraban a llevar el pelo muy largo. Estos celtas greñudos...
Legionario romano a caballo |
Acabo
de pedirle a un compañero que me resuma muy brevemente el año de
los cinco emperadores, y le especifico que sea escueto no solo
porque sé que es una larga historia, sino también por el mal
aliento que tiene el colega al hablar mientras se zampa una sopa de
ajo.
-Asesinaron
a Cómodo el último día del año 192. Al día siguiente el prefecto
Publio Helvio Pertinax fue nombrado emperador a pesar de que tampoco
tenía demasiado interés. Anciano y coherente, intentó cuadrar las
cuentas de su joven y despilfarrador predecesor, por lo que la
guardia pretoriana lo asesinó en primavera, en cuanto vieron
peligrar sus elevados y corruptos sueldos. Luego no se les ocurrió
una idea más cojonuda que subastar el puesto de emperador. La
subasta la ganaría el que más pasta les soltase a los pretorianos,
y ese resultó ser el político Marco Didio Juliano, quien se calentó
y le pagó a cada soldado de la guardia casi diez veces el salario
anual. Poco después salieron de repente tres emperadores más
proclamados por sus propias tropas y considerados usurpadores. Cayo
Pescenio Níger en Asia Menor, Décimo Clodio Albino en Britania y
Lucio Septimio Severo en Panonia. Fue Severo quien decapitó a
Juliano en verano y mandó a tomar por saco a los pretorianos,
ejecutando a los asesinos de Pertinax -toma aire y apura su sopa
sorbiendo lo que le queda con un sonoro ruido-. Al año siguiente
derrotó a Pescenio, y hoy, por el bien de nuestro culo, espero que
venza a Albino.
Eso
espero yo también, como bien dice mi compañero, porque hoy formo
parte del pelotón de caballería del ejército de Septimio Severo.
El pasado invierno fuimos organizados a orillas del Danubio, e
iniciamos la marcha hacia estas tierras. No hace muchas semanas que
tuvimos un primer conflicto con las legiones de Albino en Tinurtium,
pero lo de hoy sí que parece que va a ser gordo. Somos muchos, quizá
más de sesenta mil soldados, pero el problema es que ellos suman una
cantidad aproximada. Y si además de en número somos semejantes en
formación y técnica, está claro que la batalla será larga, lenta
y, sobre todo, sangrienta. Lo cierto es que únicamente existe una
diferencia, y yo formo parte de ella: la caballería. Lo cierto es
que la caballería romana es de lo peor, y los experimentados jinetes
partos, sármatas, galos, germanos o númidas se ríen de nosotros.
Pero hoy yo monto sobre mi caballo marrón todo chulo, porque al fin
y al cabo el enemigo es también romano, aunque cada vez se reclutan
más extranjeros para la caballería. Es todo un privilegio ir a
caballo, sobre todo por las caminatas, pero la limpieza de las
cuadras es cosa del jinete y este bicho echa unas cagadas
monumentales.
Hablaré
de mi equipo. Sobre mi camisa he optado por llevar una cota de malla,
que me resulta más cómoda para cabalgar que la armadura de placas
habitual. Mi casco es similar al del resto de legionarios, pero
carece del apéndice trasero, ya que en caso de caída ese chisme
supondría una fractura de cuello casi asegurada. Tengo media docena
de jabalinas dispuestas para ser lanzadas en los primeros momentos de
la batalla, y en cuanto a mi espada, no llevo el típico gladius
como los de infantería, sino que en caballería tenemos la spatha,
que tiene una hoja mayor. Se puede decir que la tenemos más larga.
Y, hablando de eso, visto pantalones, no quiero ni pensar cómo debe
ser montar a caballo con las pelotas bajo una túnica.
Estoy
situado en el flanco izquierdo del bloque de nuestro ejército. La
caballería suele ocupar las alas de la formación, y hemos recibido
órdenes de desestabilizar las filas enemigas y perseguirles cuando
su desorganización les lleve a retroceder o incluso huir. Cuando
comienza el enfrentamiento todo parece suceder como se esperaba. Las
legiones de infantería chocan y la batalla parece igualada. Nosotros
nos mantenemos a la espera, con la intención de no cansar a nuestros
caballos hasta que no sea el momento justo. Yo me coloco el casco
para poder escuchar algo por los orificios, y empuño una de las
jabalinas con nerviosismo. Me da la impresión de que por el flanco
derecho ya están penetrando entre los soldados de Albino, y me
consta que con gran efectividad, sembrando el campo de batalla de
cadáveres. El enfrentamiento será largo, no como las habituales
luchas de unas pocas horas, por lo que a este ritmo no me extraña
que esta batalla llegue a considerarse la más sangrienta y cruel
batalla entre ejércitos romanos que se registrará en toda la
Historia.
Busto de Septimio Severo |
Una novela ambientada en estos años es Aemilius, de Ricardo Hernández.
Comentarios
https://www.facebook.com/aemilius.ricardo.hernandez
para que mis amigos así como el público en general puedan visitarlo y disfrutarlo. Ricardo Hernández.
Te felicito por tu novela, la cual leí y me gustó mucho, por lo que la recomiendo a todos los lectores del blog. De ahí que la citara cuando escribí esta entrada acerca de esta batalla entre romanos.
¡Un cordial saludo!