El
día 5 de febrero de este mismo año, 1558, el líder del pueblo
mapuche fue capturado por los conquistadores españoles durante la
Batalla de Antihuala, en las tierras conocidas por el nombre del
pequeño río que las atraviesa, Pilmaiquén. Esas áreas montañosas
del sur de Chile son consideradas el hogar del caudillo mapuche,
ahora cautivo. No muy lejos de esos valles, hoy, día 27 de junio, me
encuentro en el fuerte de Cañete, que está al mando del capitán
español Alonso de Reinoso. Al contrario que aquel lluvioso día de
la captura, hoy el sol calienta de narices. Poco le importará al
toqui mapuche Caupolicán, pues una tarima dispuesta en medio de este
patio le espera para ofrecer a los muchos presentes el terrible
espectáculo que supone una ejecución por empalamiento.
Estatua sobre la elección de Caupolicán. Temuco, Chile. José Troncoso. 1985 |
En
septiembre del año pasado, tras ganar terreno los españoles en la
Batalla de Loncomilla del día 5 de ese mes, los mapuches convocaron
un consejo para elegir a un toqui. El que más papeletas tenía para
convertirse en el jefe era Talcagueno, un indio que había demostrado
grandes habilidades en los combates. Sin embargo, el tipo, ya de una
cierta edad, dijo sentirse viejo para andar matando conquistadores.
Pero andaba por allí su sobrino Caupolicán, y lo presentó a todos
como el mejor candidato a liderar la resistencia mapuche,
calificándolo de membrudo, arrogante e industrioso. No se
equivocaría su tío, pues el muchacho es grande un rato, con brazos
como mazas y hábil en la lucha, como ha demostrado durante todos
estos largos meses, desde aquel día en el que todos le recibieron
con eufóricos aplausos y jurándole lealtad. A mí me han contado
que los mapuches utilizan un sistema de elección muy peculiar para
nombrar a sus líderes. Se trata de medir la fuerza de los opositores
obligándolos a coger un enorme tronco y a hacer vida con él a
hombros, a ver cuánto aguantan sin tener que soltarlo. Se dice que
Caupolicán pilló el pesado tronco como si de una ligera vara se
tratara, y se tiró tres días y tres noches con él cogido. No sé,
sin duda está fuerte, pero de ahí a eso...
La captura de Caupolicán. Raymond Monvoisin. Siglo XIX |
Me
encuentro entre la multitud infiltrado con ropa de civil español.
Sobre mi camisa de seda llevo una capa corta y en la parte de abajo
visto mis queridos calzones bombachos, que me encantan. Unas calzas
de lana y unos zapatos de cuero completan mi vestimenta, aunque me
hubiera gustado hacerme con uno de esos morriones que me parecen
guapísimos, pero no me pega. Me acerco a la tarima y confirmo que
todo está preparado. Un madero de algo más de un metro, hincado en
el centro del patíbulo, es el protagonista de la escena. Está
afilado terminando en una muy protuberante punta. Se me revuelven las
tripas sólo con mirarlo y pensar en el objetivo para el cual está
destinado.
Ilustración de Galvarino |
Caupolicán,
si bien no ha destacado por las dotes tácticas de algunos de sus
predecesores, ha sido un feroz guerrero que ha conseguido liderar la
resistencia mapuche de manera efectiva, aunque cierto es que no le ha
acompañado la suerte. Por ejemplo, la noche anterior a la Batalla de
Millaraupe, a finales del año pasado, los indios habían logrado
organizar una emboscada contra los españoles bajo el mando de García
Hurtado de Mendoza, que pintaba muy bien. Cerca de diez mil hombres
dirigidos por Caupolicán estaban ocultos en las selvas de la
Araucanía preparados para atacar, excitados al verse aventajados, y
siendo motivados por la presencia de un antiguo toqui, Galvarino,
quien no mucho antes había sido capturado y condenado a ser
mutilado, librándose de la muerte por su demostración de valentía
y honor. En primera línea, mostró su valor corriendo sin brazos
como loco, haciendo lo posible por colaborar. Por segunda vez se le
perdonaría la vida a este líder cuando cayó en esta batalla, pero
les respondió a los españoles diciendo algo así como que se
dejaran de gilipolleces, que si pudiera les mataría aunque fuera a
mordiscos. Tardaron poco en ejecutarlo, por si acaso. Y es que la
derrota mapuche sucedió por la mala suerte que tuvieron al creerse
descubiertos cuando los españoles empezaron a tocar las trompetas
con alegría. La realidad es que los conquistadores andaban de
parranda debido a la celebración del día de San Andrés.
-El
hado me tiene esta suerte aparejada, pero ved que yo la pido, que no
hay mal que sea grande y postrero -dice el enorme toqui en su lengua,
que me he traído estudiada, mientras lo traen amarrado de pies y
manos entre varios.
Lo
sitúan frente al madero y el fiero indio parece el menos intimidado
de los que estamos aquí, y eso que es a él al que se lo van a meter
por el... Sin duda, el jefe mapuche es un hombre valiente, un tipo
con un par. Flipando estamos todos con su coraje, cuando va y le deja
al verdugo un último regalito, símbolo de su valentía y fiereza. A
pesar de las amarras, Caupolicán alza su pie derecho y le pega tal
hostia al verdugo que el hombre empieza a rodar por la tarima como un
armadillo de estos tan comunes por estos países del sur de América.
Al caudillo mapuche no le hace falta que nadie le ejecute. Haciendo
acopio de una gran osadía, él mismo es el que, finalmente, se
sienta sobre la punta del madero. Ni un ápice de dolor se nota en su
rostro, y así se mantendrá hasta que la perforación intestinal le
produzca la muerte.
Es el final de Caupolicán, pero no el de la resistencia mapuche, que continuará liderada por el hijo mayor del ya empalado jefe. La fuerza y valor de este toqui serán reconocidas por siempre en todo Chile.
Es el final de Caupolicán, pero no el de la resistencia mapuche, que continuará liderada por el hijo mayor del ya empalado jefe. La fuerza y valor de este toqui serán reconocidas por siempre en todo Chile.
Ilustración sobre la ejecución de Caupolicán |
La principal fuente para conocer todos estos episodios, la tenemos en los escritos del poeta y soldado español, contemporáneo a todos ellos, Alonso de Ercilla. En esta página del Archivo Nacional de Chile, se habla de la muerte de Caupolicán, citando los textos de Alonso de Ercilla.
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