Hace
un año y pico que Roma volvió a ser de los romanos. Por la Porta
Asinaria de la Muralla Aureliana entraron cinco mil soldados
bizantinos. Al mismo tiempo, por la Porta Flaminia del norte, otros
tantos soldados ostrogodos salieron. Hoy es 12 de marzo del año 538.
Italia está inmersa en la Guerra Gótica, el conflicto en el que los
ejércitos del emperador Justiniano I están ganando terreno al
pueblo ostrogodo, cuya prosperidad hace unos años, en tiempos de
Teodorico el Grande, hoy está apagada por una crisis y una debilidad
que el Imperio Bizantino, o Imperio Romano de Oriente, sabe que no
puede desaprovechar. El corazón de Italia, Roma, hoy ofrece dos
visiones. Si la miras desde dentro, significa que apoyas a Belisario,
el más grande general bizantino. Poco a poco, accediendo a través
de la punta de la bota, esa zona llamada Rhegium, tras conquistar
Sicilia sin demasiada dificultad, ha llegado hasta esta gloriosa
ciudad, donde ha sido bien recibido, ahorrándose el saqueo. Por otro
lado, si la miras desde fuera, significa que formas parte del
ejército ostrogodo que la está sitiando. Entre esos casi cuarenta
mil soldados, es donde en esta apacible tarde, yo me encuentro.
Belisario. Mosaico de la Iglesia de San Vital. Rávena |
Mi
rey es Vitiges. El tío va muy en serio con esto de detener el avance
de los bizantinos. Como a los poderosos les parecía que el anterior
rey, Teodato, no era muy espabilado en el asunto, hasta el punto de
dejarse arrebatar Nápoles, lo largaron del cargo y Vitiges subió al
trono. Por si las moscas, envió a un asesino para que lo
interceptara en su viaje y lo aniquilara. A mí en el campamento no
es que me hayan dado gran cosa para protegerme, aunque espero no
llegar a entrar en combate. Llevo una túnica corta de piel tratada a
duras penas, sobre la que me cubro con un pectoral de bronce. Llevo
un casco del mismo metal con una protección que al menos evitará
que me revienten la nariz. Mi calzado consiste en unos mocasines
sujetos con tiras de cuero que enrolladas por la pantorrilla sujetan
medias de piel. En fin, qué puedo esperar, estos germanos nunca han
sido muy dados a la protección. A mí me han dado una espada, y
arreando. Algún escudo ovalado sí que veo. Examino mi arma e
identifico su fabricación celta. Es de hierro, larga, y tiene una
empuñadura curva con el mango terminado en un pomo redondo. Se trata
de una espada visigoda.
Yo
formo parte de uno de los varios pelotones de soldados que vigilan
los accesos a la ciudad. Roma es demasiado grande como para que la
rodeemos por completo, por lo que Vitiges ha decidido que nos
centremos en cortar su abastecimiento para conseguir que se rindan
por hambre. Sus acueductos están saboteados. La verdad es que no sé
muy bien dónde nos encontramos. Un compañero me ha enseñado un
mapa pero no me he enterado muy bien, sólo he pillado que estamos
cerca del río, pero es que esta ciudad está llena de portas.
Pero me temo que aquí a nadie le importa. Ya hace un año que el
asedio comenzó y esta partida está completamente en tablas. Muchos
han sido los intentos de acuerdo, pero ninguno ha tenido éxito. La
situación es grave tanto para los sitiados, como para nosotros, pues
aunque controlamos el campo abierto, lo cierto es que aquí estamos
sin movernos.
-Hasta
los huevos estoy -me comenta un soldado.
-¿Llevas
por aquí desde que comenzó el asedio?
-Sí,
macho -responde mientras se quita el yelmo y se rasca la barba con el
filo de su hacha arrojadiza, un arma muy común en los ejércitos
godos, y que recibe el nombre de franciscana-. Participé en
la batalla. Belisario se flipó cuando rechazó nuestros ataques. Nos
ha jodido, se lucha muy bien desde las murallas con las catapultas.
Tuvimos muchas bajas y el tío va y se atreve a atacarnos en campo
abierto. Al principio nos sorprendieron y tuvimos que reagruparnos en
las colinas. Pero los inútiles de los romanos de ahora ya no son los
feroces legionarios de entonces. Nos volvimos y les dimos por el
culo. Se largaron huyendo tras sus muros.
Pero
las enfermedades y el hambre atacan por igual a sitiados y
sitiadores. Y desde hace unos meses, los refuerzos romanos han estado
llegando. A medida que la situación se ha ido poniendo mejor para el
general bizantino, sus respuestas a Vitiges para llegar a un acuerdo
han ido creciendo en fanfarronadas y jactancias. Vamos, que le está
diciendo al ostrogodo que ahora pasa de pactos. Uno de los refuerzos
más importantes que han tenido los romanos ha sido la llegada de
tres mil isauros, soldados anatolios que los romanos usan como
guerreros cuando les da la gana. Y ahora les ha dado la gana.
Desembarcaron en Ostia y se quieren unir a la fiesta. Es por ello que
no me sorprende lo que veo.
Un
soldado ostrogodo lanza una antorcha a una de nuestras tiendas,
prendiendo fuego. Nos vamos. Poco a poco la orden llega a todos
nosotros. Reduciremos nuestro campamento a cenizas y nos largaremos
de aquí por la Vía Flaminia. ¿Lo peor de todo? Que los bizantinos
no nos dejarán marchar sin atacar a los que pillen. Más me vale no
quedarme el último.
Ponte Mallio. Vía Flaminia. Roma |
En esta ocasión, aprovecharé para recomendar una auténtica maravilla de web. Se trata de Omnes Viae. Un espacio dedicado a presentar todas las vías romanas de la época. Podemos viajar por los caminos romanos y observar el mapa de las vías que tanta importancia tuvieron.
Comentarios