Hoy
es 18 de enero de 1671, y me encuentro entre los muros del castillo
de San Lorenzo, cerca de la Vieja Ciudad de Panamá. Este fuerte
español fue construido por orden de Felipe II y bajo las
instrucciones del arquitecto italiano Bautista Antonelli, entre los
años 1598 y 1601, en lo alto de este arrecife que permite dominar
toda esta zona próxima a la desembocadura del río Chagres en el mar
Caribe. Sin duda, el lugar es inexpugnable, pues su posición
controla una amplia extensión, y por ello esta fortaleza es
considerada la centinela del gran triángulo del Itsmo. Empalizadas
llenas de tierra constituyen unos muros defensivos muy sólidos. Y en
las entrañas del castillo, numerosas galerías subterráneas que
conectan con el barranco, ofrecen la posibilidad de vigilar sin ser
visto. Resulta imposible asaltar esta fortaleza por mar. Es por ello
que Henry Morgan lo hizo por tierra.
Henry Morgan. Grabado del libro Piratas de América. A. O. Exquemelin. Siglo XVII |
El
pasado 15 de diciembre, cinco barcos arribaban a un puerto cercano, a
unos cinco kilómetros de aquí, con cuatrocientos hombres a bordo.
Filibusteros ingleses al mando de Joseph Bradley. Se adentraron en la
jungla para poder llegar a los muros del castillo sin ser
descubiertos, pero los españoles bien conocían sus intenciones, y
ni mucho menos fueron sorprendidos, sino que sabían que deberían
parar por todos los medios a estos piratas cuya meta era asaltar
Panamá, siendo San Lorenzo su primer objetivo. El fuego de
artillería recibió a los ingleses. Cañonazos desde el arrecife
causaron muchas bajas, mientras los insultos y las amenazas eran
disparadas con tanta furia como las balas de cañón. Las cosas
pintaban muy mal, pues la fortaleza verdaderamente parecía
inaccesible, estratégicamente levantada. Muchos piratas cayeron en
esta primera operación, hasta que de pronto un golpe de suerte
provocó que todo cambiara. Un arquero español lanzó una flecha
desde la muralla que impactó con gran puntería en el cuello de uno
de los filibusteros, atravesándole la garganta. El pirata cayó de
rodillas mientras su gemido se inundaba de su propia sangre hasta
apagarse. El inglés que a su lado estaba no se había recuperado del
susto, cuando una segunda saeta le impactó en el muslo. Las amenazas
e insultos españoles crecían tras las empalizadas al ritmo que sus
opciones, pues el ataque inglés estaba siendo sin duda frenado. Pero
todo cambió cuando esa flecha que había acertado en el muslo del
pirata fue devuelta hacia el castillo tras haber sido arrancada de la
pierna, y envuelta en un algodón en llamas. Tras unos momentos,
varias estructuras de madera del interior del fuerte ardían en un
incontrolable incendio.
El
fuego permitió a los filibusteros alcanzar la fortaleza y penetrar
en ella, donde aguerridos españoles les recibieron con tal furia que
aun encontrándose en ese momento en desventaja, consiguieron seguir
causando numerosas bajas entre los piratas. A pesar de todo, de los
más de trecientos españoles que defendían el castillo, sólo
treinta quedaron con vida. Por parte de los ingleses, más de cien
piratas murieron en el asalto. Ambos líderes, tanto el gobernador
español como Joseph Bradley, perecieron. Pero poco después,
llegaría a las costas ahora controladas el verdadero estratega de la
misión, Henry Morgan. Se ve que venía con prisa y no frenó el
barco a tiempo, puesto que su gran nave, la Satisfaction, según
llegó quedó encallada en los arrecifes y naufragó.
-¡Para,
para, para, que te lo comes! -cuentan que gritó Morgan a su timonel,
según llegaron.
El
caso es que el capitán, fiero pirata, destaca sobre todo por su
magnífica valía en el arte bélico, aunque de navegar no sepa
mucho. Ahora yo me encuentro en las filas de sus tropas. Llevo una
camisa de lino casi abierta, pues hace calor, aunque sin duda esta
noche no me sobrará la chaqueta corta. Mis pantalones no son ni
largos ni cortos, de lienzo, y llevo también unos altos calcetines
de lana. Un pañuelo en la cabeza evita que el sudor me caiga en los
ojos. Al cinto llevo colgado un alfanje bien afilado, más bien corto
y poco pesado. Se trata de un sable muy fácil de manejar.
El
almirante y comandante jefe de la flota de guerra de la Jamaica
inglesa, Henry Morgan, se dispone a darnos órdenes. Hoy iniciaremos
la ruta hacia Panamá, ese territorio español que ya supuso la
definitiva derrota de otro corsario inglés del siglo pasado, Francis
Drake. Los filibusteros somos organizados en tres grupos. El primero
de ellos, de unos ciento cincuenta hombres, se encargará de vigilar
los barcos de la playa. Unos trecientos se quedarán en el castillo,
y seremos mil docientos los que partamos hacia Panamá. Comenzamos
dirigiéndonos al río Chagres. En su frondosa ribera, nos esperan
cinco botes y treinta y dos inestables canoas. Henry Morgan establece
una nueva división en las tropas. Algunos iremos por el río
mientras que otros avanzarán a pie. Subo con cuidado a una de ellas
mientras escucho el casi aterrador piar de sabe Dios qué aves
tropicales. Avanzamos por el río cuando el gracioso de uno de mis
compañeros empieza a balancear la canoa entre risas.
-Deja
de hacer el gilipollas -suelta el capitán Morgan con voz grave desde
su bote, mientras no deja de observar a su alrededor la zona,
intentando identificar el punto en el que debemos desembarcar.
Cuando
llegue el momento, me largaré escondido entre la vegetación de esta
maldita jungla. Esta expedición es de locos. Pretenden cruzar la
selva sin apenas comida, pues el equipaje que llevamos es el mínimo,
para poder avanzar mejor. La intención del jefe es ir saqueando
poblados por toda la selva para abastecernos. Pero, ¿y si no los
encontramos? Paso, paso. Demasiado atrevida es esta idea del viejo
Morgan.
Fuerte de San Lorenzo. Panamá |
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