A
día de hoy, lo que viene siendo ahora mismo, nuestro rey en este
reino visigodo de Toledo es Liuva II. Pero en los tiempos que corren
nunca se sabe cuándo van a volver a cambiar las cosas. Con Liuva II
ya van tres reyes de una misma línea dinástica que comenzó con
Leovigildo, y no es poco. Este muchacho de veinte años recibió la
corona de manos de su padre, Recaredo I, antes de que muriera hace
dos años, por ser su único hijo reconocido. A pesar de todo, se
duda que sea el hijo de la que fue la esposa de su padre, la reina
Baddo, que tanta importancia tuvo junto al rey Recaredo durante el
que significó uno de los más importantes cambios de estos tiempos,
la conversión al catolicismo de los reyes visigodos en el III
Concilio de Toledo, hace catorce años. Todo este tema sigue
suponiendo claras controversias entre la nobleza, y el joven Liuva se
verá perjudicado por ellas.
Liuva II. Grabado anónimo. Siglo XIX |
Hoy
es 29 de diciembre del año 603. A través de las celosías de piedra
calada de estas ventanas que son ajimeces, estilo típico de la
arquitectura de la época, puedo ver no muy lejos los brillos de los
últimos rayos del sol sobre las aguas del río Tajo. En este palacio
se respira una gran tensión. Visto con una túnica corta o
armilausa, abierta por delante y por detrás y acabada en
puntas agudas, de llamativas listas verticales y sujeta por un grueso
cinturón cuya ornamentada hebilla de bronce ha de valer un pastón,
adornada con una bonita cenefa de hojas grabada. Por aquí las
mujeres van muy provocativas. Estoy rodeado de nobles y pudiera
parecer que me encuentro en un antiguo prostíbulo romano, pues la
moda femenina hoy en día se basa en unas túnicas llamadas amiculum,
muy cortas, que tiempo atrás sólo vestían las señoritas de dudosa
reputación. Llevo el pelo un poco largo y no me he afeitado en
varios días, para no desentonar, y no me debe de quedar mal, pues he
tenido que esquivar ya alguna que otra mirada provocativa de algunas
de las mujeres de esta sala. Al menos todas llevaban su largo pelo
suelto, señal de que están solteras. A las que lo llevan recogido
mejor ni las miro, no quiero problemas, ya bastantes van a tener
lugar aquí en los próximos minutos.
Me
doy un paseo por el gran salón llevando mi capa recogida en el
brazo, y paso entre algunas mesas sobre las que veo bandejas llenas
de varias carnes. Ciervo, corzo, jabalí. Todo con muy buena pinta,
nunca falta la buena comida en las mesas de estas gentes cuya
principal afición es la caza. Aunque de entre todos los platos, veo
que destacan los que contienen una especie de puré consistente en
una mezcla de harina de trigo con legumbres cocidas, que ha de ser lo
que aquí llaman pulte. Tampoco es esto un gran banquete,
simplemente veo que el rey Liuva se encuentra charlando con algunos
de sus generales. Yo me decanto por beber un poco de cerveza
endulzada con miel, y guardo cierta distancia, sin dejar de echar un
vistazo hacia las puertas cada poco rato.
Tales
son estos tiempos, que hasta yo me estoy planteando aprovechar una de
estas veces que el rey se levante a mear para ir corriendo y sentarme
en el trono y convertirme en el nuevo rey. En el trono real, vaya, en
el verdadero. Y es que aquí la lista de reyes aumenta a un ritmo
espectacular. En estos siglos todo son regicidios, conspiraciones,
guerras fratricidas...
-Mi
señor Recare... -dice, dubitativo, un sirviente arrodillado ante el
monarca, ofreciéndole una jarra de vino-. Leovigil...
-Liuva,
gilipollas -le chiva susurrando un compañero.
-Mi
señor Liuva, aquí tenéis vuestro vino -acierta, por fin, el
anciano sirviente.
No
me extraña, con su edad puede que haya visto ya a ocho o nueve reyes
distintos. Y no será este muchacho el último. Es curioso que
todavía haya gente con ganas de liarla, sabiendo todo lo que ha
pasado años atrás. Poco después de que el propio Recaredo
participara en el III Concilio de Toledo, el duque godo de la
Cartaginense, Argimundo, no contento con la política del rey, se
levantó un buen día y se proclamó rey a sí mismo. En respuesta,
mataron a todos sus seguidores y a él le arrancaron la cabellera y
le cortaron la mano derecha. Lo montaron en un asno y lo pasearon por
las calles de Toledo para que sirviera de ejemplo a todos los que
pretendiesen hacer algo parecido. Pero ya digo que ni aún así.
Se
hace el silencio cuando entran en la sala unos tipos con caras de
pocos amigos. El que parece el líder, un tipo que está cuadrado, ha
de ser el general del rey llamado Witerico. De este fulano sospechan
todos, y con razón, desde que estuvo relacionado con la sublevación
contra Recaredo y el obispo católico Masona, protagonizada por el
obispo arriano Sunna, en Lusitania, cuando el anterior monarca se
convirtió. Por aquel entonces el que quería subir al trono era el
noble godo Segga, quien en estos momentos estará perdido en algún
lugar de Galicia, y sin manos. Estos tipos son muy dados a cortar
manos. El propio Sunna fue desterrado a la provincia de Mauritania,
donde siguió empecinado en convertir a la gente al arrianismo. Dicha
gente lo molió a palos, muriendo martirizado.
Sin
mediar palabra, el tal Witerico se dirige hacia el rey Liuva,
mientras comienzan a silbar los aceros saliendo de sus vainas. En
cuestión de segundos ya está liada. Los brutos recién llagados son
muchos y buenos guerreros. El propio Witerico está considerado uno
de los mejores del reino, por lo que no le cuesta demasiado abrirse
paso hasta el rey Liuva. Eleva su espada a lo alto y la descarga con
furia sin dar tiempo al joven rey a defenderse correctamente.
Pretende parar la estocada con su propio brazo y no consigue otra
cosa que perder su mano derecha. Ruge de dolor pero ya nada puede
hacer. Witerico es el nuevo rey de esta interminable lista que no
para de crecer.
Witerico, rey de los visigodos. Benito Soriano Murillo. Siglo XIX |
Acerca de lo sucedido en estos siglos, tenemos información gracias fundamentalmente a San Isidoro de Sevilla.
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