Hace
siete años que por vez primera en el Occidente cristiano un
científico plantea su tesis acerca de la circulación pulmonar de la
sangre. De cómo las arterias pulmonares envían la sangre hacia las
venas a través de los pulmones, tornándose de color rojo y
expulsando los vapores fuliginosos a través de la espiración. Fue
Miguel de Villanueva, conocido como Miguel Servet, por firmar como
tal algunas veces, o por ser su verdadero nombre Miguel Serveto, sabe
Dios por qué. Es astrónomo, meteorólogo, geógrafo, medio juez,
teólogo, físico, matemático, médico, lector de Biblias y qué sé
yo cuántas cosas más. Otra cosa que no ha dejado del todo clara es
de dónde procede. Español es, pero no se sabe si de Huesca o de
donde dijo durante su estancia en Francia, de Tudela de Navarra.
Siempre ha sido este Miguel aficionado a utilizar nombres y orígenes
falsos. Pero en fin, estamos en el siglo XVI, 27 de octubre del año
1553, y no es de extrañar que a esa acertada teoría de la
circulación de la sangre vengan adosadas otras consideraciones un
poco menos terrenales. Dice Servet en su libro que en la sangre está
el alma, y en el alma nuestra condición divina diseminada por todo
nuestro cuerpo. Este Christianismi Restitutio es una de las
varias razones por las que el español se encuentra hoy aquí, en
Ginebra, a punto de ser ejecutado.
Juan Calvino y Miguel Servet. Theodor Pixis. Siglo XIX |
Juan
Calvino y su Reforma Protestante han encontrado aquí en Ginebra su
verdadero núcleo de crecimiento y expansión. Desde hace varios
años, numerosas cartas ha recibido Calvino enviadas desde Vienne.
Allí, en Francia, Miguel Servet se dedicaba a exponer teorías cada
vez más contrarias a las establecidas por Calvino. Desde que reunió
las más extremas en una primera versión de su libro Christianismi
Restitutio, haciéndoselo llegar, Juan Calvino se puso a temblar.
Como respuesta, le escribió algo así como que se dejara de
estupideces y se leyera su libro de 1536, Institutio Religionis
Christianae. Servet así lo hizo. Y no sólo lo leyó, sino que pilló
una pluma y se puso a corregirlo, anotando en los márgenes sus
propias notas, para después enviárselo de nuevo a Calvino. Se dice
que cuando Juan recibió su propia obra corregida, pegó un grito de
furia que se escuchó en toda Suiza. Su respuesta a Servet fue clara. Algo así como lo siguiente.
Como
te atrevas a volver a pisar Ginebra, no sales vivo de ella, payaso.
Poco
le asustó la amenaza a Miguel, que a principios de este año ha
publicado, aunque de manera anónima, su gran obra, Christianismi
Restitutio. Alusiones contrarias a la Santísima Trinidad, a la
que se refiere como monstruo de tres cabezas, su opinión acerca de
que Cristo está en todas las cosas, o su propuesta de recibir el
bautismo en edad adulta, de manera consciente, hacen que los
calvinistas se lleven las manos a la cabeza. Cuando Juan Calvino se
entera de esto, identifica la obra y se chiva a los católicos. La
Inquisición de Lyon, por medio de Mateo Ory, inquisidor general de
Francia, persiguió y logró capturar a Miguel Servet en Vienne hace
unos meses. El 7 de abril ya se había escapado. Horas antes de
escapar, el reo, cuentan que llorando, aseguró no haber querido
nunca mostrarse en contra de la Iglesia. A pesar de todo, tras su
fuga, fue condenado a muerte, e incluso el 17 de junio fue quemado en
efigie. Habiéndose confeccionado un monigote para representarle,
cuidando mucho de hacer un buen paripé, colgaron primero al muñeco
de una soga y posteriormente lo quemaron. Seguro que a Servet le
importó mucho. También fue descubierta la imprenta clandestina
donde se había perpetrado el crimen de publicar la obra de Servet.
Los empleados se excusaron diciendo que no tenían ni puta idea de
latín, que ellos sólo imprimían.
Miguel
Servet llegó a esta ciudad de Ginebra este verano, prácticamente
sin saberlo, estando perdido tras vagar por las tierras del Delfinado
y la Bresse cual vagabundo durante cuatro meses, con una mula y sus
pocas posesiones. Su idea era llegar a Italia, habiendo descartado la
opción que verdaderamente quería, regresar a España, por pensar
que no podría cruzar la frontera sin que le detuviesen de nuevo.
Concretamente, el pasado 13 de agosto, Servet se alojó en la posada
La Rose, cerca del lago Lemán, protagonista de Ginebra y el más
grande lago de Europa Occidental, por cuyas aguas pensaba largarse
hacia Zurich montado en una barca. ¿Quiso disimular? ¿Estaba
zumbado? ¿Los tenía cuadrados? Nunca lo sabremos, pero el caso es
que Miguel Servet se metió un domingo por la tarde en el templo en
el que estaba predicando Juan Calvino. Evidentemente, salió de allí
encadenado.
He
tenido que ser muy cuidadoso al escoger mi vestimenta esta mañana,
puesto que la Reforma se mete hasta con eso. Llevo unos greguescos
normales, un jubón con mangas ahuecadas y no puede faltar mi
gorguera, que me molesta un poco al rozarme en mi barba acabada en
punta, típica de estos tiempos. Me encuentro en el pórtico del
Hotel de Ville, donde el tribunal se encuentra reunido para dar
lectura a la sentencia. Miguel Servet se encuentra de pie, escoltado
por el lugarteniente Tissot. Su aspecto desmejorado se acentúa con
la ya larga barba que le cubre su rostro delgado y agotado.
-En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te condenamos a
ti, Miguel Servet, a ser atado y conducido a Champel, y allí sujeto
a una picota y quemado vivo junto con tus libros, hasta que tu cuerpo
quede reducido a cenizas para dar ejemplo a los que quisieran cometer
un crimen como el tuyo.
Miguel
Servet cae al suelo de rodillas.
-¡El
hacha! ¡El hacha y no el fuego! Si he errado ha sido por mi
ignorancia -clama Servet, pidiendo piedad con sus manos encadenadas.
El
tribunal le ofrece la posibilidad de arrepentirse y confesar su
crimen, como tantas veces ya se le ha pedido. Servet asegura no haber
cometido ningún delito que deba castigarse con la pena de muerte.
Junto
con mucha gente, me dirijo a la Colina de Champel, al lugar conocido
como El Campo del Verdugo. Elevo la vista admirando la belleza de las
montañas del Jura, acrecentada con el abrazo de dichos montes al
lago de Ginebra. Mientras el verdugo termina de amontonar una pira de
leña aún demasiado verde, los ministros se dirigen a los presentes
definiendo al condenado como un sabio poseído por el demonio que
defiende una verdad equivocada. Conducen a Servet junto a la picota y
lo atan con cinco vueltas de cuerda y una cadena de hierro. Sobre su
cabeza colocan una corona de paja impregnada con azufre. Finalmente,
arrojan al montón de leña una tea encendida. Lo primero que arde,
el Christianismi Restitutio.
La
Reforma Protestante se mancha en estos momentos las manos con una
sangre que le pesará durante toda la Historia, y por la que muchos
se arrepentirán. Pues los alaridos y gritos de dolor que ahora
escucho son los de un sabio que únicamente difundió con libertad lo
que su conciencia descubrió y creyó.
Estatua de Miguel Servet. Universidad de Zaragoza |
Actualmente, cerca del lugar de la ejecución, allí en la Colina de Champel, que aún hoy mantiene su nombre, se encuentra un monumento a Miguel Servet.
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