Caminando
por el corazón de La Moraña, no hago más que limpiarme el sudor
con el dorso de la mano. Hace un calor terrible en este primero de
agosto del año 1595. Aquí estoy yo, paseando bajo el abrasador sol
siguiendo a varios grupos de aldeanos por las calles de Madrigal de
las Altas Torres. Me quito mi austero y raído sombrero, y lo utilizo
a modo de visera, sujetándolo con la mano, intentando darme sombra
en la cabeza, que debo de tener a cuarenta grados. Algo es algo. Me
gustan mis greguescos. Creo que es la primera vez que utilizo este
tipo de calzones, tenía ganas de probarlos. En cuanto a mi gabán,
podía ser más fresco, pero es lo que he podido pillar. Toda mi
vestimenta es de un color crema apagado, detonando mi condición de
viajero. Avanzo hasta toparme con un escenario que, lejos de estar
destinado a una alegre función musical o de teatro, no requiere
explicación alguna, más que la de mostrar una soga colgando de un
travesaño entre dos palos. Intento situarme a la sombra de alguna
casa cercana, mientras espero a que llegue el desafortunado
protagonista. A ver si es cierto. A ver si es verdad que se parece
tanto al desaparecido rey Sebastián I de Portugal.
Retrato del rey Sebastián I de Portugal. Cristóvão de Morais. 1571 |
Hace
un año y un mes aproximadamente que llegó a esta aldea de Ávila un
pastelero con su mujer y su hija. Se trataba de Gabriel de Espinosa,
un tipo que se dedicaba, y cuentan que de manera excepcional, a
manufacturar y vender todo tipo de pasteles de carne y demás
productos similares, allá en Toledo, lugar donde se formó como tal.
El pastelero venía acompañado por su mujer, una joven gallega de
unos veintisiete años llamada Inés Cid. Su historia de amor había
surgido en Allariz, Orense, y ambos tenían una hija de unos dos
años, Clara Eugenia, nacida en Oporto. Sin duda Gabriel no era de
quedarse en un sitio fijo, pero de ahí a que controlase varios
idiomas, parecía haber un trecho. El tío por lo visto te podía
vender una empanada hablando si quería, en castellano, portugués,
francés o alemán. Además, si se encontraba lejos de su cocina y le
avisaban de que se le estaba quemando el pan, el hombre tampoco tenía
problema porque al parecer también gozaba de gran destreza para
cabalgar cual jinete profesional. Un tipo extraño, este pastelero
con habilidades de noble.
Sacudo
la mano alrededor de mi cara espantando a un par de pesadas moscas
que parecen atraídas por mi sombrero. Me lo quito de nuevo y
compruebo si huele a mierda, cosa que no me extrañaría. Cuando me
quiero dar cuenta, observo que en la tarima de la horca ya se
encuentra el condenado. Se trata de un tipo bajito y un tanto
delgado, cuya principal característica es su pelo rojizo. Su aspecto
se encuentra bastante desmejorado, fruto de señales inequívocas de
que ha sido torturado, y cuyos moratones no se ocultan del todo bajo
su barba desaliñada, igualmente inusual, pelirroja. Sin lugar a
dudas, la apariencia del pastelero es llamativa, y brinda la
oportunidad de adjudicarle la identidad de cualquier persona parecida
a él. Si a cualquiera de estos campesinos que me rodean les dices
que este tío es el rey de Portugal, ellos se lo creen, pocas veces o
ninguna han visto a un tipo de cabellos rojos. Gabriel de Espinosa se
encuentra completamente erguido, sacando pecho y dirigiendo miradas
orgullosas y desafiantes, consiguiendo una compostura claramente más
cercana a un noble que a un fabricante de empanadas. Sin embargo,
está acusado de embustero y farsante, por pretender suplantar al
mismísimo rey portugués Sebastián I.
No
andará muy lejos el que quizá haya sido el cerebro de esta
operación. De hecho, su cabeza también va a entrar en el lazo de
una soga, aunque a él le quedan unos días para su ajusticiamiento
en Madrid. Fray Miguel de los Santos es un monje agustino portugués
que vivía aquí, en Madrigal de las Altas Torres, desde que Felipe
II, rey de España, lo desterrara de Portugal por sus claras
relaciones con el sebastianismo.
En el año 1578, durante la batalla de Alcazarquivir, en Marruecos,
las tropas portuguesas sufrieron una derrota frente a la dinastía
Saadí, en la que supuestamente el rey Sebastián cayó muerto. ¿Por
qué supuestamente? Porque nadie vio el cuerpo del monarca. La
hipótesis más aceptada propone que el cuerpo sin vida del monarca
quedó desfigurado por la lucha. A ello hay que añadir que las altas
temperaturas del norte de África y las alimañas de la zona también
habrían podido influir en el deterioro del cadáver nunca
identificado. Y para colmo, las caras ropas del rey habrían resultado muy interesantes y podrían haber sido robadas dejando el cuerpo desnudo. A pesar de la certeza evidente de que el rey portugués
había muerto en la batalla, durante todos estos años ha nacido y
crecido una idea acerca de que Sebastián I no habría perecido, sino
que se encuentra esperando el momento apropiado para alzarse de nuevo
y hacerse con su trono de Portugal. Esta movida es lo que se conoce
como sebastianismo,
y de la que el monje fray Miguel es un fervoroso seguidor. Por la
cuenta que le trae. El clérigo tiene sus razones, puesto que con el
retorno del rey, regresaría también su posición ahora perdida. Sin
embargo, su plan de querer hacer pasar al pastelero por el monarca, a
pesar de su posible parecido físico y sus raras habilidades, no ha
tenido éxito, puesto que, habiéndose reducido su condición a la de
laico, espera ahora la pena capital, cuya ejecución será en algún
patíbulo similar al que hay hoy aquí.
Pintura de monje agustino |
Una
tercera actriz en esta curiosa representación es la prima del
desaparecido Sebastián, una monja también residente en Madrigal de
las Altas Torres, María Ana de Austria. Su papel en esta historia es
el de la joven obligada a ingresar en un convento a pesar de
interesarle más bien poco la vida religiosa, que ve la oportunidad
de abandonar los sagrados muros. ¡Y de qué manera! La monja
pretendía casarse con el pastelero, fuese o no su primo, para así
pasar de los rezos y las alabanzas a Dios, a convertirse en la reina
de Portugal, una vez el tipo de las empanadas fuese reconocido como
el verdadero monarca desaparecido. Su ambición también ha sido
frenada por la resolución de este caso, aunque Felipe II ha elegido
para ella una condena mucho menos trágica, ordenando su
encerramiento en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila.
El
desenlace de esta trama, que vio su nacimiento en algún clandestino
encuentro entre el monje fray Miguel y el pastelero Gabriel de
Espinosa, en alguna de las calles de esta aldea, ve ahora su final,
mientras el pelirrojo condenado da sus últimos pasos, esos que le
llevan a situarse bajo la soga colgante, que parece rígida al no
moverse ni un ápice por la total ausencia de aire, en este día tan
caluroso. El pastelero con dotes de noble, opta por ser él mismo el
que se coloca la soga al cuello. Altivo gesto que acompaña con unas
miradas arrogantes a todos los presentes, y a las que suma finalmente
una enfadada maldición hacia el alcalde del crimen de la
Chancillería, Rodrigo de Santillán, el hombre que le detuvo. Se
hace el silencio. Yo me giro y me vuelvo por donde he venido. Todos
los acusados en esta trama, ciertamente han mantenido hasta sus
últimos momentos la veracidad de sus declaraciones, afirmando que el
pastelero de Madrigal era el mismísimo rey Sebastián I de Portugal.
Todos menos la mujer del artesano, Inés Cid, quien abandonaba este
pueblo hace unos días tras ser azotada bajo acusación de
complicidad. Curiosa la historia ocurrida en estas tierras. Por mi
parte, no sé cómo sería Sebastián, pero el pobre Gabriel no
parecía gran cosa. Más empanadas tenía que comer.
José Zorrilla dedicó al asunto su obra Traidor, inconfeso y mártir.
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