La farsa de Ávila

Madre mía, qué de gente. Si es que es 5 de junio de 1465, y estoy en Ávila. Me imaginaba que estaría petado, pero bueno, al final me he venido. Hace un día soleado aquí, quizá demasiado calor, ese sospechoso bochorno que avisa de una posible tormenta. He dejado atrás las murallas de la ciudad, impresionantes. Una auténtica serpiente de roca que abraza el corazón de Ávila, y que tardó en nacer 9 años, hace hoy más de 400, bajo el reinado de Alfonso VI.
En una llanura cercana a la urbe, me acerco a un montón de gente que está de manifestación. Dan palmadas, vocean insultos y se inventan canciones que luego corean a modo de protesta. Me meto entre la gente y escucho sus composiciones.

-¡Enrique más que un rey, parece una princesa! ¡Por mucho que lo intenta, no se le pone tiesa!

La canción, creada por uno de los asistentes, triunfa y rápidamente todos la pillan y empiezan a repetirla acompasando el ritmo con palmas. Sin duda se ha inspirado en las habladurías que se escuchan sobre la supuesta impotencia del monarca.

-¡Enrique más que un rey, parece una princesa! -Me uno, reconozco que es divertida.

La muchedumbre rodea una plataforma de madera montada de manera rudimentaria improvisando un escenario sobre el que hay un trono. Sentado sobre el tallado sillón de madera, se encuentra un muñeco que diría que es de trapo. Un maniquí ataviado con una túnica de color oscuro que simboliza un atuendo de luto, y una corona en la cabeza. A su lado tiene una espada, y sobre su regazo reposa un bastón real. El monigote representa al mismísimo Enrique IV, rey de Castilla. Unos individuos se suben al patíbulo y empiezan a pedir a los presentes que vayan cesando en sus cantos, pues parecen querer decir algo. La cosa promete. Sus ropajes delatan que son nobles. Y no como yo, que voy con unas calzas de color, no sé, de color mierda, de estameña, no más flexibles que las bragas que llevo debajo. Bragas masculinas, ojo. El jubón granate que llevo es algo más cómodo, forrado de algodón, y con este calor ya me empieza a sobrar el paletoque, un sayo sin mangas y hasta la rodilla, marrón oscuro, que me he traído a la fría Castilla, por si las moscas.

Murallas de Ávila

Un fulano, que parece ser el que lleva la voz cantante, gesticula con sus manos para pedir silencio, anunciando a los ciudadanos que él y sus compañeros se disponen a enumerar los cargos por los que se acusa al rey Enrique. Diciendo esto señala al muñeco, al que la gente abuchea y al que dirigen ahora sus insultos, con tal rabia que parece que tienen ante ellos al verdadero monarca. Agradezco al que creo que es Juan Pacheco, marqués de Villena, que pregone las recriminaciones, así me entero, aunque creo que todo este asunto tiene su punto más candente en el hecho de que esta corriente alentada por estos nobles no acepta a la princesa Juana como heredera del trono, por no creer que el rey sea su verdadero padre. Los nobles continúan su discurso furioso, acusando a Enrique IV de cobarde, de simpatizar con los musulmanes, de no saber gestionar...

-Y además, ¡es un marica! -Grita uno de los nobles.

La gente grita, pues, en efecto, todo este movimiento defiende la teoría de que el rey es homosexual e incluso impotente. Veo cómo uno de los que están sobre el tablado se dirige al trono y vocea en alto que el rey merece perder la dignidad real, para posteriormente arrebatarle la corona al muñeco y lanzarla a tomar por saco. Por su sotana negra, diría que se trata del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña. A continuación, otro de los nobles se acerca al maniquí. Los aldeanos que me rodean hablan entre ellos e identifican a Álvaro de Zúñiga. El que hace un año y poco fue nombrado primer caballero del reino por el propio Enrique IV, ahora se dirige a la efigie del monarca diciendo que no merece administrar la justicia. Toma la espada del muñeco y la tira al suelo con desprecio. Rodrigo Pimentel, conde de Benavente, también se une al paripé y le quita al monigote el bastón, que rompe a la vez que el pueblo estalla en gritos. Por último, otro conde de gran poder, Diego López de Zúñiga y Guzmán agarra por la pechera al falso Enrique IV y lo levanta.

-¡Al suelo, puto! -Vocifera con rabia, lanzando al muñeco al suelo y dándole de sopapos.

Mientras tanto, el marqués de Villena alza la voz, repentizando un improvisado discurso que nombra a un muchacho de unos 11 años nuevo rey de Castilla. Se trata de Alfonso, el hermanastro del rey Enrique, que observa la movida medio acojonado. Lo sientan en el ficticio trono y comienzan a alabarlo como nuevo monarca, bajo el nombre de Alfonso XII.

Yo me retiro poco a poco entre la gente, que no para de gritar. Curioso acontecimiento éste. Aunque bueno, tampoco llegará a ningún sitio. Seguro que en unos años, todos como amigos.

Ilustración de Enrique IV

Una serie de televisión española bastante lograda es Isabel. En este fragmento de este capítulo se cuenta lo acontecido en la farsa de Ávila.

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